Petróleo y Geopolítica.
Por Carlos Mendoza Pottellá
Abordar el tema propuesto con este título
obliga a una exploración del proceso histórico que ha determinado las
características contemporáneas de la industria del petróleo y su inserción en
el escenario geopolítico global, entendiendo como tal, el espacio en el que se
dirimen los intereses contradictorios de los Estados nacionales, sean grandes
potencias o no. Al hacerlo, consideramos también ineludible hacer referencia a
los procesos y conflictos económicos que determinan la dinámica interna de esa
industria y condicionan el comportamiento de los protagonistas del mencionado
escenario. Todo ello a partir de la concepción que compartimos en cuanto a la
determinación que en última instancia ejercen los intereses económicos en las
decisiones políticas de las naciones, pero sin desconocer la autonomía de la
política en general, en tanto que ella es producto de decisiones de colectivos
humanos cuyas motivaciones, ideológicas, históricas, étnicas, van más allá de
lo meramente económico. Y esto es aplicable, con mayor razón aún, a la
geopolítica, porque trata de relaciones de soberanía, poder y dominación.
La industria del petróleo tal como la
conocemos hoy, en cuanto a sus productos específicos y sus usos energéticos, surge hace poco menos de 160 años al calor del
crecimiento de las necesidades de alumbrado nocturno impuestas por la expansión
e intensificación del desarrollo industrial capitalista, inicialmente en
Estados Unidos y posteriormente en todo el mundo.
La historia de esa industria fue también la
del proceso de monopolización y el surgimiento de los trusts en ese país, que en el caso emblemático del Standard Oil Trust
de John D. Rockefeller llegó hasta controlar, hacia 1880 el 80% de esa
industria. Su posterior desmembramiento en 33 compañías, por efecto de las
leyes anti trust y la concentración de los capitales controlados por el trust original en cinco de ellas,
forman parte de las incidencias, ampliamente documentadas que darán forma
general al capitalismo monopolista en los Estados Unidos.
De lo anterior se infiere
que ese proceso se inicia y evoluciona en una fase específica del desarrollo
socioeconómico: el capitalismo monopolista, del cual es coetáneo y de cuya
evolución e implantación global es simultáneamente tributario y motor fundamental.
Del kerosén y el alumbrado,
esa industria pasa a la gasolina y al gasóleo (diésel), los cuales, con el motor de combustión interna -inventado justamente por la preexistencia de
esos líquidos combustibles con tendencia a la explosión espontánea- liberarán al transporte de las vías férreas y del
carbón, amén de convertirse en la energía que moverá aviones, tanques y acorazados.
Y es con esas características y con la evolución
técnica subsiguiente que irrumpe en la historia, durante la Primera Guerra Mundial,
la destacada significación geopolítica del petróleo. Los cronistas de la época
reseñan eventos pioneros y paradigmáticos, como las resoluciones del Primer
Lord del Almirantazgo británico a partir de 1911, Winston Churchill, de promover la fabricación
de tanques, desarrollar la aviación militar y sustituir todas las unidades
acorazadas de la flota imperial movidas por calderas de carbón por otras
dotadas de motores diesel. Y eso sucede en pleno apogeo del capitalismo
monopolista de Estado, en su fase
superior, imperialista, como la
caracterizaran Lenin y otros pensadores contemporáneos de ese momento. [1]
La “guerra del petróleo”
entre las mayores corporaciones petroleras de las primeras décadas del Siglo XX,
que tuvo como principales protagonistas a los ya para entonces mayores
consorcios globales, Standard Oil of New Jersey y Royal Dutch Shell, y que determinó
la desaparición de centenares de empresas medianas y pequeñas, amén de la emergencia del cartel de las “siete hermanas”, estuvo mediada siempre por la intervención de las dos grandes
potencias imperiales de la época: Inglaterra y los Estados Unidos.
De hecho, la constitución
del cartel petrolero internacional en 1929 y el reparto entre los integrantes
del mismo de los más promisorios territorios del derrotado Imperio Otomano, fue
promovida y apadrinada por los dirigentes de esos dos Estados y sus aliados,
vencedores de la Gran Guerra y regentes de los “protectorados” coloniales
resultantes. Ello dio lugar a la aparición de subconjuntos de las siete
hermanas y la Compañía Francesa de Petróleos, cuyos nombres lo dicen todo: Arabian
American Oil Company (Aramco), Irak Petroleum Company, Anglo Persian Company,
Kuwait Petroleum Company:
“La Texas Company, la
Standard de California, la Standard de New Jersey y la Socony Vacuum son las
dueñas de la Arabian Oil Company (Aramco), con derechos exclusivos a los
yacimientos bajo las arenas de Arabia. Estas cuatro compañías, junto con la
Gulf, son los miembros norteamericanos del consorcio que se adueñó del 40% de
los intereses Anglo-Iranios en Irán. La Standard de California y la Texas
Company poseen el petróleo de Bahrein y
controlan los recursos de esa isla en el Golfo Pérsico ; también manejan a la
Caltex, con producción en las Indias Orientales y mercados por doquiera. La
Standard de Nueva Jersey y la Socony Vaacum son dueñas de la Standard-Vaacum,
que produce y comercia a través del Hemisferio Oriental. La Gulf se ha echado
un socio extranjero: la Anglo-Iranian, para el ajustado comercio de Kuwait, ese
fantástico jequeato extraído directamente de Las Mil y Una Noches, el más rico
y concentrado campo petrolífero del mundo. La Standard de Nueva Jersey y la
Socony Vaacum se dieron las manos con la Royal Dutch Shell y la Compagnie Française
de Petróles para controlar la producción de Irak. La Standard de Nueva Jersey,
por sí misma, controla la Creole y la Lago, que entre ambas producen y refinan
casi la mitad de la dorada avalancha de Venezuela; es también socio dominante -con la Gulf y la
Shell- del 99% de la producción venezolana. Y el estado de Texas no tiene sino
el rango de otra colonia de la Jersey, con la Humble señoreando como virrey”. [2]
Como
lo documenta una extensa bibliografía en todos los idiomas [3],
la industria del petróleo se convirtió en el negocio por el cual se llegaron a producir a
mediados del siglo XX más de la mitad de
las transferencias de divisas entre las naciones y cuyos productos ocuparon también más de la
mitad de los buques que surcaban los siete mares: el mayor negocio del mundo
por su volumen y rentabilidad, en torno al cual pujaban los mayores poderes políticos,
económicos y –desde luego- militares de la Tierra. [4]
Si el
petróleo devino elemento vital, base energética fundamental del desarrollo
industrial, esa condición no fue el resultado necesario del simple desarrollo
tecnológico y, por el contrario, es uno de los condicionantes del modelo de
acumulación capitalista contemporáneo. Sobre ese rol energético se levantó la
mayor acumulación concentrada de poder económico y político no estatal de mediados de ese siglo: el Cartel Petrolero
Internacional, las siete hermanas que usufructuaron casi exclusivamente durante
décadas la circunstancia de monopolizar una fuente de energía global, cuyos
costos de extracción estaban muy por debajo de los de las otras alternativas. Según
el ya citado Harvey O'Connor, las "siete hermanas" y otras tres
corporaciones petroleras "independientes" se ubican dentro de las 17
corporaciones manufactureras multimillonarias, siendo la Jersey la mayor de
todas.
Esas
posiciones, referidas por el autor citado a mediados de los años 50 se mantienen,[5]
con modificaciones procedentes de los procesos de consolidación de algunas de
ellas (Exxon-Mobil) y la desaparición de la Gulf en medio de un proceso de
fusiones, hasta nuestros días, como lo registran todos las ediciones de la
Revista Fortune dedicadas a presentar
las 500 mayores corporaciones industriales desde 1955. Todavía en 1975 seis de
las integrantes originales del cartel aparecían entre las 14 mayores
corporaciones norteamericanas. Para 2005, por ejemplo, según el índice Global
500 de esa revista, también 6 de las doce mayores corporaciones mundiales eran
petroleras: BP, Exxon-Mobil y Royal Dutch Shell ocupan los puestos 2, 3 y 4,
mientras que Total, Chevron-Texaco y Conoco-Phillips, están en los puestos 10,
11 y 12. En 2011, Exxon-Mobil, BP, Shell y Chevron se ubican entre las 10
primeras de esas corporaciones, las cuales incluyen la novedosa presencia de
dos corporaciones petroleras chinas: Sinopec y China National Petroleum.
El
petróleo se convirtió desde un principio en un gigantesco portador de renta
diferencial y absoluta. Las luchas que se desataron en torno a él fueron de
magnitud geopolítica, como ya mencionamos, por el poderío que comportaba su
control como bien de importancia estratégica, pero también, desde el punto de
vista estrictamente económico-mercantil, fueron desatadas por las voluntades corporativas
y nacionales que pugnaban por la apropiación de los beneficios excedentes que
generaban, los cuales se incrementaron durante varias décadas, en la medida en
que su disponibilidad se hacía insuficiente para cubrir la demanda que por él
se generaba.
En
consecuencia, la lucha por la apropiación de esos beneficios excedentes fue
también la esencia del conflicto entre las clases dominantes internas
–semifeudales o incipientemente capitalistas- de los países poseedores de los
yacimientos petroleros, parapetadas tras sus respectivos Estados y las
compañías petroleras internacionales con el apoyo y sustento de las grandes
potencias capitalistas.
Como
muestra de este aserto, hemos de citar
los casos de México y Venezuela, países pioneros en cuanto a la circunstancia
de ser escenarios receptores de la geopolítica petrolera desde sus inicios como
productores, como se evidencia en los siguientes eventos emblemáticos:
El de
la compañía asfaltera New York & Bermúdez[6],
que para eludir la exigencia de cumplimiento
que hacía el gobierno de principios del Siglo XX de los pagos acordados e
incumplidos por dicha empresa desde sus inicios en 1880, financió a la
“Revolución Libertadora” del banquero Manuel Antonio Matos contra el Presidente Cipriano Castro, con la cual
se desató la última y sangrienta guerra vivida por Venezuela, con saldo de
miles de muertos, entre 1902 y 1903. Esa conflagración fue "aliñada",
además, por el bloqueo en 1902 de los principales puertos del país por potencias
Europeas (Alemania, Italia e Inglaterra) para cobrar deudas. [7]
Esta constituyó la primera puesta en escena de lo que sería el patrón de
relaciones neocoloniales de Venezuela con las grandes potencias y sus
corporaciones en todo el siglo XX y principios del XXI.
Las
controversias generadas por la nacionalización petrolera impulsada por el
Presidente Lázaro Cárdenas en 1938, las cuales se multiplicaron en presiones y
amenazas internacionales, particularmente de Estados Unidos, Inglaterra y
Holanda, países metropolitanos de las empresas expropiadas, llegando hasta la
ruptura de relaciones diplomáticas del Reino Unido con ese país, pero sobre
todo, y con consecuencias de muy largo plazo, con sabotajes a las instalaciones
nacionalizadas y boicot a la producción petrolera mexicana. Nuestro ya citado
Harvey O'Connor dedica un capítulo de su segunda obra, Crisis Mundial del Petróleo, a reseñar estas incidencias: "México, el abanderado". [8]
El
golpe militar contra el Presidente Rómulo Gallegos en 1948, también de factura
petrolera, por el asomo de no otorgamiento de nuevas concesiones y el intento
de cobrar la regalía petrolera en especie y su venta directa por el país –lo
que hubiera significado una intervención en el mercado monopolizado por el
cartel de la siete hermanas-, políticas impulsadas por el Ministro de Fomento
de la época, Juan Pablo Pérez Alfonzo. De hecho, según O'Connor, la ofensa ya
estaba consumada, pues el gobierno había
logrado vender ciertas remesas de crudo a precios superiores a los que
registraban las compañías y llegó a negociar un acuerdo de trueque con
Argentina, en virtud del cual se
recibieron 5.000 toneladas de carne congelada a cambio de 2.000.000 de barriles
de petróleo. [9]
y [10]
La
generación de excedentes en la industria petrolera ha sido una materia objeto
de estudio desde múltiples ópticas y perspectivas para poder definir el
carácter y significación económica de tales antecedentes. Capital, renta o
beneficio; renta absoluta o diferencial [11]
la cuestión no está definitivamente
resuelta, pero lo esencial estriba en el hecho mismo de la generación constante
en el siglo XX de ese excedente en la industria petrolera y en los resultados
de la lucha que se ha entablado por su control y reparto. En este sentido
consideramos que la pugna por la renta petrolera ha sido la base del modo de
articulación existente entre los agentes económicos en conflicto dentro de esa
industria.
En
general compartimos el enfoque que considera a la industria petrolera,
protagonista esencial del proceso que analizamos, como el conjunto de capitales
públicos y privados, nacionales e internacionales, invertidos en todas las
fases del proceso productivo que termina en los derivados primarios del
petróleo: gasolina, kerosén, gasoil, fuel-oil, etc. Ese enfoque parte de la constatación
del carácter global de dicha industria y de la existencia en su seno de una
dinámica de la desigualdad entre dominadores y dominados en la creación y
apropiación de la renta petrolera, motor de dicha industria:
La
puesta en marcha del proceso de producción de la industria petrolera por parte
del capital petrolero permitirá la creación de la renta petrolera, y las
condiciones de instrumentación de este proceso de producción determinarán, en
última instancia, el monto absoluto de la renta petrolera, así como las partes
relativas de esa renta percibidas por el capital petrolero, sus Estados
metropolitanos, en donde radican los consumidores por excelencia y los Estados
periféricos, dependientes, bajo cuyo subsuelo se encuentran esos hidrocarburos.
Ahora bien si, como ya
mencionamos, con la Primera Guerra
Mundial el petróleo revela su gran significación estratégica, derivada de su
carácter de combustible de la maquinaria bélica moderna y, como tal, objeto y
motivación de la geopolítica de las grandes potencias de entonces, pasadas la
Gran Depresión y la subsecuente Segunda Guerra Mundial, el petróleo emerge como
la fuente energética por excelencia de una sociedad que se define a sí misma
como automovilístico-petrolera, en mención de los sectores industriales que van
a convertirse en los ejes dinámicos del desarrollo capitalista imperante en los
años subsiguientes.
Pero una vez más, fueron
decisiones geopolíticas, impuestas por las potencias que emergieron triunfantes
de esta guerra, las que determinaron esa condición para los hidrocarburos
líquidos, como pilar energético de un sistema político económico global organizado
por ellas. Es así como, desde los primeros años
de esa segunda postguerra, el capitalismo vivió uno de sus más prolongados
períodos de expansión.
Una
expansión que tuvo como sustento, en lo político, la constitución de unas Naciones Unidas
férreamente controladas por las potencias vencedoras integradas en su Consejo
de Seguridad, que parte en lo económico del Plan Marshall para la
reconstrucción de Europa y Japón y se fundamenta en los acuerdos de Bretton
Woods (Nueva Hampshire), de julio de 1944, donde se trazan las líneas maestras
de lo que sería el nuevo sistema monetario internacional con el dólar base del
nuevo patrón "oro-cambio modificado", respaldado por el poderío, que
permaneció intacto durante la guerra, del aparato productivo estadounidense.
Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, sistema de paridades
fijas-flexibles, libre convertibilidad y mecanismos compensatorios para los
países con déficits de Balanza de Pagos, tipo derechos especiales de giro, DEG,
son parte del instrumental financiero de una política económica basada en la
intervención estatal reguladora y dirigida a garantizar la expansión económica
según las fórmulas keynesianas de contención de las crisis de superproducción y
promoción del “welfare state” intensificador del consumo y amortiguador de las
peligrosas tendencias socializantes, amenazadoras entonces por la implantación del
sistema socialista que, después de 1949, con la incorporación de China, cubría
ya más de la cuarta parte del globo
Tal
como acabamos de referir, en la base productiva de esa expansión se encuentran
como generadores fundamentales las gigantescas corporaciones industriales
integradas que monopolizan los rubros productivos que se van a convertir en
sectores punta de ese desarrollo: petróleo, automotores, metalurgia,
electrodomésticos, química-petroquímica.
En
estos sectores, siguiendo la dinámica natural del modelo de acumulación
capitalista, la acentuada y creciente concentración y monopolización se cumple
con sucesivos y concomitantes aumentos de la productividad del trabajo,
mediante la incorporación de una tecnología cada vez más capital-intensiva y
consumidora dispendiosa de energía fósil que se sabe barata y se suponía
inagotable para todo efecto práctico, pues se avizoraba entonces –con exagerado
optimismo- una sustitución en el largo plazo por una energía atómica más barata
aún. Y se sabía barata también porque, precisamente, otro de los fundamentos
del sistema capitalista de postguerra siguió siendo el mantenimiento de un
patrón de relaciones económicas especiales con la periferia subdesarrollada,
según la cual ésta era la fuente de
materias primas baratas y siempre en baja, a la vez que mercado para bienes
manufacturados cada vez más caros, "tijeras
del intercambio", intercambio desigual… Lo cierto es que el petróleo fue
una de esas materias primas consumidas cuantiosamente y pagada a precio vil.
Pues
bien, este renovado sistema de explotación nacional e internacional en
beneficio del centro capitalista y en particular de sus grandes corporaciones
funcionó "aceitadamente" durante casi tres décadas, a tal punto
que...
"Llegó a tomar
carta de nacionalidad la creencia de que el keynesianismo y la planificación
habían dado a los sacerdotes del capital instrumentos infalibles para evitar la
crisis y dominar rápidamente las inflaciones y las recesiones. Por ello ha
habido tanta incredulidad y tanta sorpresa ante el avance de la crisis." [12]
Así
pues, en 1970 se pone de manifiesto una vez más el axioma físico de que no
existe máquina perfecta: las políticas de gasto público deficitario y de
generalización del crédito no dan ya todo el oxígeno necesario a la demanda
global. Se agotan los motores de la expansión.
"En el epicentro
del capitalismo se registraban desde mediados de los 60 síntomas claros de
sobreacumulación y/o infrarealización, como son la caída general de la tasa de
la ganancia, la reducción persistente de la productividad, frente a la
saturación marcada de los principales mercados (automóviles, electrodomésticos,
otros bienes durables)" [13]
La
de 1970 fue la primera gran crisis del modelo económico de la postguerra, se
manifestó en todos los países del centro capitalista y en su periferia más
inmediata. Sus raíces yacen fuera del campo monetario, en la trasgresión de los
límites físicos, de disponibilidad de recursos, por el funcionamiento del
mecanismo expansivo comentado, que determinó una creciente escasez de materias primas básicas, industriales y
agrícolas.
Después
de más 200 años de Revolución Industrial
y de crecimiento de la producción material en los países del centro
capitalista, aún a pesar de las crisis
cíclicas que aquejaron al sistema hasta entonces, a partir del fin de la
Segunda Guerra Mundial ese crecimiento no fue interrumpido ni moderado por
recesiones cíclicas. La Guerra Fría que emergió entonces agravó aún más esas
circunstancias por la explosión de los gastos militares que ella determinó y
que analistas de ese período histórico estimaron en más de 200.000 millones de dólares al año.
El
carácter global de la crisis ya reflejaba en parte el creciente grado de "mundialización" de las relaciones
económicas internacionales, impulsada por la autonomía financiera de las
corporaciones transnacionales, que hicieron cada día más incapaces a los
Estados nacionales -aun los más grandes- de ejercer un real control sobre las variables
económicas claves.
Con
esta apretada síntesis pretendemos destacar la entidad de los procesos que, a
nivel del modelo de acumulación capitalista se desatan a partir de 1970 y que
van a ser rubricados en agosto del siguiente año, al derrumbarse el sistema de
Bretton Woods por la suspensión de la libre convertibilidad del dólar y las subsecuentes
devaluaciones que abren paso a la irrupción de la pesadilla liquidadora del
sueño keynesiano: stag-flation,
estanflación. Estancamiento y mayor desocupación, simultáneamente con la
inflación. Por primera vez desde 1893 Estados Unidos registra un déficit en su
balanza comercial.
Como
lo constataran muchos estudiosos de ese proceso, el índice de la producción
industrial de Estados Unidos, que había mantenido una tendencia creciente desde
1963 hasta la primera mitad de 1969, ya hacia finales de ese año comenzó a
registrar un rumbo descendente que se mantuvo a lo largo de 1970 y que llegó a
su mínimo relativo a finales de ese año, en el cual también el porcentaje de
ocupación de la capacidad de producción industrial llegó a su nivel más bajo.
En
ese mismo año trascendente de 1970 Estados Unidos llega al tope de su
producción petrolera convencional e inicia el descenso de su capacidad
potencial y el incremento de sus
necesidades de importación. La sensación de insuficiencia de los suministros
energéticos comienza a hacerse palpable y crítica: Fuera del caso de Estados
Unidos, en plena decadencia, las inversiones para el sector de producción
petrolera en el resto del mundo occidental sólo aumentaron en un tercio durante
la década de los sesenta, en tanto que
el consumo creció, en ese mismo período, hasta más que duplicarse.
Comienza
para los principales países del centro capitalista industrializado una nueva
realidad, o percepción catastróficamente interesada de la misma, que va a
marcar sus prioridades geopolíticas en el campo energético: la inseguridad del
suministro y la necesidad de garantizarlo
por todos los medios políticos y bélicos.
Proliferaron entonces los pronósticos sombríos
sobre el fin de la era del petróleo: el equipo de planificadores militares de
la Rand Corporation, encabezado por Herman Khan, estima una fecha precisa, 2050,
considerando, sin embargo, un "escenario" posible que adelantaba esa
ocurrencia a 1995 por la emergencia de la temida crisis. Ese pronóstico desató
histerias dentro de los desprevenidos o interesados consumidores de estos
escenarios y estimuló el diseño de políticas aún más agresivas dentro del marco
de la Guerra Fría y el equilibrio nuclear con los soviéticos, hasta llegar, en
tiempos de Reagan, al escenario de "Destrucción Mutua Asegurada" (MAD
por sus siglas en inglés), dentro del cual se inicia el proyecto "Guerra
de las Galaxias" de esa Administración.
En
paralelo y alimentando ese ambiente de crisis que cambiaría el estilo de vida confortable
de los países desarrollados, el Club de Roma, integrado por investigadores
-supuestamente “de izquierda"- de más
de 30 países, adelanta estudios neomalthusianos: en sus textos “Los Límites del
Crecimiento” y “La Humanidad en la Encrucijada” el caos global y las hambrunas
energéticas se avizoran en la posibilidad de que países con un consumo
energético per cápita veinte veces inferior al de los Estados Unidos y
poblaciones totales que en conjunto multiplican por más de 20 a la de ese país,
y siguen creciendo aceleradamente, puedan acceder a un desarrollo industrial
similar. [14]
Directa
o indirectamente estas presunciones motivaron políticas de control poblacional
en la regiones más deprimidas del mundo, pero con perspectivas de una explosión
demográfica, como la India, para la cual se diseñaron proyectos secretos de
vasectomía y esterilización no voluntarias, al igual que las que se promovieron
para los habitantes de Puerto Rico, caso al que se sumaban componentes racistas,
en tanto se trataba de evitar el crecimiento de la población norteamericana de origen latino. Ello, amén
de la promoción de conflictos bélicos locales en Asia y África, que además de
ayudar controlar el crecimiento poblacional, brindaba un buen mercado permanente
para la producción del aparato militar-industrial norteamericano y europeo.
Para
acentuar el carácter crítico de esa nueva realidad, en plena Guerra Fría desde
1949, y con la presencia amenazante de la Unión Soviética muy cerca de las
mayores reservas petroleras del mundo, -construyendo la represa de Asuán en el
Egipto de Nasser y suscribiendo acuerdos financieros y de suministros militares
con Argelia- en el Medio Oriente,
sucedían para ese entonces cosas inusitadas: [15]
Libia
reduce su producción en pugna con las compañías para aumentarles los impuestos
y recabar para sí parte de los incrementos de precios de realización de sus
crudos como consecuencia del continuado cierre del Canal de Suez desde 1967. El
oleoducto Tapline, que transportaba medio millón de barriles diarios, 17% de la
producción de Arabia Saudita en 1969, hasta el Mediterráneo fue roto por un
tractor en mayo de 1970 y el gobierno sirio rehusó permitir su reparación El
petróleo para sustituir estos cortes tuvo que tomar la ruta de dar la vuelta al
cabo de Buena Esperanza y los fletes se fueron a las nubes. Las alternativas de
suministro, Libia, Argelia e Irak no se materializaron en el corto plazo y las
corporaciones internacionales aceleraron
los proyectos en desarrollo para abrir nuevos horizontes productivos en Alaska
y el Mar del Norte. Todo ello generó un conjunto de movimientos de los
principales protagonistas de este mercado que condujo a un incremento de los
precios internacionales del petróleo, de alrededor de 2 dólares el barril, hasta
el nivel del mercado interno estadounidense, cercano a los 4 dólares/bl.
Con
estos elementos y una creciente demanda insatisfecha, se dan las condiciones
para que la OPEP, crisálida durante diez años, emergiera como efectivo órgano
de defensa de sus respectivas participaciones en el excedente petrolero y lo
hace, tal como se anunciaba en 1960 impulsando también los precios de sus
petróleos: el 12 de diciembre de 1970, en su vigésimo primera Conferencia,
realizada en Caraballeda (Venezuela), se resuelve aumentar a por lo menos 55
por ciento el nivel del impuesto sobre la renta y negociar con las compañías
mejores precios para los crudos del Golfo Pérsico. Cinco días después el
Congreso venezolano faculta al Ejecutivo Nacional para fijar unilateralmente
los valores de exportación para fines fiscales, esto es, las bases para el
cálculo del impuesto sobre la renta, para el cual se establece una tasa única
del 60 por ciento. Dos meses más tarde, el 4 de febrero de 1971, la fijación
unilateral de precios cotizados se convierte en norma generalizada para toda la
OPEP (XXII Conferencia).
Al
cabo de muchos forcejeos, cabildeos en la Casa Blanca, viajes de Subsecretarios
y abierta coordinación del Cartel en la estrategia de las compañías, éstas se
ven forzadas a firmar, el 14 de febrero del 71, el Acuerdo de Teherán con los
productores del Golfo Pérsico y el 2 de Abril de ese mismo Año el de Trípoli,
con Libia. En ambos se establecen aumentos de los precios vigentes y se acuerda
una escalada para el futuro.
“La situación energética americana como explicación de
la crisis constituye un hecho bastante extraordinario en la historia económica:
en efecto, en cuanto al problema del precio de los crudos, había una identidad
de intereses completa entre el imperialismo dominante y los países
subdesarrollados exportadores de crudos. Sacando tajada de esta situación, los
Estados Unidos animaron las reivindicaciones de los países productores
polarizándolas en algunos puntos: precios, devaluación del dólar y
participación, en tanto que utilizaban todos los recursos para neutralizar
otras reivindicaciones más peligrosas, como el control de la producción y la
reinversión en el mismo país. Este aspecto de la crisis quedó completamente
enmascarado por una escenificación hábil que presentaba la imagen de unas
negociaciones difíciles y tormentosas. Todo estaba prácticamente decidido de
antemano, pero la prensa y la opinión internacional se dejaban mistificar por
un suspense de comedia”. [16]
Ya
en su número de marzo de 1971, Petroleum
Press Service una revista
especializada afecta a los intereses de las corporaciones, reconoce:
"Es evidente, tras los acontecimientos de los
últimos meses, que el mercado favorable al comprador ha terminado y que los
precios del petróleo van en todas partes a subir hacia el nivel de los os Estados
Unidos." [17]
Y
tenía fundamento esa predicción, como ya hemos visto, por cuanto las
incidencias inusitadas no cesarían en el convulsionado mundo petrolero. La
Conferencia de la OPEP reunida en Beirut en septiembre de 1971 aprueba una
resolución sobre la urgencia de una más efectiva participación de sus miembros
en el negocio petrolero. La erosión de los ingresos de dichos países por las
fluctuaciones del dólar fue el acicate de esa resolución, en cumplimiento de la
cual iniciaron conversaciones con las compañías que devinieron en una instancia
más de la lucha por la renta petrolera: Después de los "intensos debates"
que Chevalier ridiculiza, se acuerdan incrementos de los precios cotizados en
un 8,49%.
Pero
la participación efectiva también fue concebida como adquisición por parte de
los países productores de porciones significativas de los activos de las
compañías concesionarias. Esta idea, rechazada en primera instancia por las
empresas y los gobiernos de los países industrializados por considerarlo un
cambio radical en la naturaleza de las relaciones y en el balance de poder
entre ellos y los países productores
fue aceptada finalmente dadas las nada favorables circunstancias geopolíticas
en proceso, como "la alternativa
menos peligrosa".
De
hecho, el panorama parecía entonces
desfavorable para los interesas transnacionales, pues ya se habían producido nacionalizaciones
no pactadas: en febrero de 1971 Argelia tomó el control de su mercado interno y
creó a la Sonatrach, compañía estatal que posteriormente asumiría la propiedad
de las empresas concesionarias. En diciembre del mismo año Libia comenzó un
proceso de nacionalizaciones escalonadas, partiendo de las más pequeñas concesionarias
y en junio de 1972 se produjo la nacionalización de la Irak Petroleum Company.
Son
evidentes, entonces, las circunstancias
conflictivas que obligaron a la suscripción, en octubre de 1972, del
"Acuerdo General Participación", propuesto por los representantes del
Cartel Petróleo Internacional a los países productores del Golfo Pérsico,
mediante el cual a esos países se “les otorga”, previa justa indemnización,
desde luego, una “participación” en el capital accionario de las industrias
implantadas en sus países por las corporaciones extranjeras. Arabia Saudita y
Abu Dhabi aplicaron el acuerdo en diciembre de ese mismo año: se fijó una
participación inicial de 25 por ciento, la cual entraría en vigencia el 1° de
enero de 1973 y permanecería constante hasta el 31 de diciembre de 1977. A
partir de esta fecha el porcentaje de participación se iría incrementando hasta
llegar a un 51% para el 1° de enero de 1982. Un proceso paulatino que ya estaba
siendo superado por la realidad y que
luego sería dejado de lado al producirse
nacionalizaciones integrales en
cada uno de esos países.
El Acuerdo General de Participación,
limitado a las operaciones de exploración y producción, constituyó el primer
gran ensayo de una fórmula substitutiva del régimen concesionario. En él están
prefiguradas todas las características que van a ser plasmadas con virtuosismo
en la nacionalización petrolera venezolana y que garantizan el mantenimiento de
las relaciones dependientes establecidas anteriormente entre el Cartel y los
“Estados petroleros”: además de ser
resarcidas con largueza con un inflado “valor en libros” de los activos
cedidos, las compañías obtuvieron prioridad para comprar la proporción de la
producción que correspondería desde entonces a los países, a los precios que
fueran convenidos en cada oportunidad. En la mayoría de los acuerdos y
nacionalizaciones parciales o totales que se realizaron en el Medio Oriente a
partir de entonces los consorcios mantuvieron intacto su control sobre la
comercialización internacional y suscribieron convenios de asesoría y
asistencia técnica.
En verdad, desde
hacía ya tiempo, y haciendo referencia a la inestabilidad del Medio Oriente y
la creciente severidad de los instrumentos fiscales de los Estados petroleros,
habían comenzado a aparecer estudios de voceros del gran capital petrolero
internacional y de las agencias estratégicas de las principales potencias
capitalistas sobre la necesidad de barajar el juego, de repartir de nuevo las
cartas para explorar nuevas opciones. Es así como se conocen las primeras
propuestas internacionales de nuevos tratos petroleros.
De 1969
data un proyecto, recogido en un trabajo publicado en 1974,[18]
en el cual se exponen, entre otras cosas, las conveniencias de dejar la fase de
producción en manos de países que no tendrían otros con quienes dirigir esa
industria que no fueran los hombres formados por las compañías, imbuidos y
comprometidos con su cultura e intereses corporativos y fieles garantes, por
eso mismo, del mantenimiento de nexos con sus casas matrices. Además, siempre urgidos de obtener mayores ingresos
forzando la producción, los gobiernos
"nativos" no observarían la disciplina requerida para mantener
precios altos. En particular, hemos de señalar que desde esos años sesenta, la
concesionarias petroleras iniciaron en Venezuela un programa de “venezolanización” de la gerencia, cuyos
frutos cosecharían a partir de 1976, Otro destacado analista petrolero,
Secretario de Energía de Nixon por más señas, advertía en 1973, sobre de los
peligros del creciente nacionalismo árabe y postula la apertura de esa olla a
punto de explotar, sin que ello signifique, en verdad, una pérdida apreciable
de control real sobre el negocio. [19]
Todo lo
anterior se va a convertir en fundamento del ya citado “Acuerdo General de
Participación” de 1972 y luego de la “nacionalización” petrolera venezolana de
1976. Las circunstancias de esta estrategia gatopardiana las describíamos en un
texto publicado originalmente en 1983, pero que actualizamos al 2003, con
ocasión del golpe petrolero de ese año:
Así pues, la “nacionalización”, evento
culminante de esa política petrolera, plasmó, en realidad, el estado de las
fuerzas de estas dos posiciones y, no siendo una excepción de la tendencia
secular, también en esa oportunidad terminó por triunfar el partido de la
asociación transnacional. De una manera tal que, al cabo de un forcejeo
trascorrales, la nacionalización viene a ser convertida en su opuesto: un pacto
laboriosamente trabajado que propiciará el mantenimiento y la ampliación, en
extensión e intensidad, del control transnacional sobre el petróleo venezolano.
[20]
Las
implicaciones geopolíticas de los procesos referidos, dos capítulos de una
misma estrategia, van a modificar radicalmente el escenario de interacción
entre los polos de las relaciones petroleras globales, “productores” y
“consumidores”, como candorosamente son agrupados, con la interesada mediación de las corporaciones transnacionales.
Pero
esas relaciones va a tomar un cariz conflictivo en el ínterin de las dos fechas
citadas: En una escalada de las permanentes tensiones que se suscitaron en el
Medio Oriente a raíz de la implantación de un Estado judío en tierras
palestinas, el 6 octubre de 1973, día del Yom Kipur, Siria y Egipto atacan a
Israel. La guerra iniciada ese día es ganada por este país con el apoyo de las
principales potencias capitalistas, lo cual determina, a su vez, que la
Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (OPAEP) decreten, el 26
de ese mismo mes, un embargo petrolero contra esas potencias.
Estos
eventos, unidos a la elevación de los precios del petróleo el año siguiente,
agudizaron aún más la percepción de inseguridad del suministro energético por parte de los miembros de la Organización
de Cooperación y Desarrollo Económico que agrupa a los principales países
industrializados y consumidores por excelencia de petróleo importado. Ello condujo a la constitución, por parte de
esta Organización, de la Agencia Internacional de Energía como instrumento
coordinador de las políticas para garantizar el flujo constante de energía a
esos países.
Estas
circunstancias fueron referidas en un reciente trabajo de un think tank
geopolítico de la capital estadounidense en los siguientes términos:
La crisis empujó a la energía hacia el centro
de la estrategia estadounidense, de todas formas, entre otras cosas, ayudando a
estimular la innovación en instituciones internacionales. “La crisis energética
nos despertó frente a un nuevo reto que requerirá tanto un pensamiento creativo
como cooperación internacional en función de preservar nuestro bienestar
colectivo” decía Henry Kissinger. Como Secretario de Estado norteamericano
impulsó el establecimiento de la Agencia Internacional de Energía (AIE) en 1974
como un club de importadores de energía que balanceara el poder negociador de
los exportadores de petróleo. Bajo el liderazgo estadounidense esta nueva
institución fue creada rápidamente y con un amplio rango de poderes, con una
junta directiva acreditada para tomar decisiones que comprometerían a sus países.
Por cuarenta años ella se ha mantenido el principal centro de cooperación
energética de los países industrializados.[21]
La AIE
surge así como una agencia de los Estados consumidores e importadores netos de
petróleo, enfrentados a los productores agrupados en la OPEP y un tanto deslindados de sus antiguas
corporaciones petroleras norteamericanas e inglesas, que comienzan a ser
tildadas de transnacionales, en gran medida por su comportamiento indefinido
durante el embargo petrolero árabe.
Sus
objetivos iniciales fueron formulados como los principios de ahorro y sustitución. Ahorro de energía
en general y de petróleo en particular, promoviendo la sustitución de los
hidrocarburos líquidos por otras fuentes de energía y, en particular, del
petróleo OPEP por petróleos procedentes de cualquier otra fuente. Aparece así en
las estadísticas globales esa nueva agrupación de países productores: los
No-OPEP.
Hasta
hoy en día, las políticas coordinadas por la AIE desde 1974 están dirigidas a
mantener a raya la capacidad de la OPEP para incidir en la determinación del
precio del crudo. Cumpliendo al pie de la letra los principios enunciados, los
pronósticos anuales de la Asociación prefiguran un mundo en el cual toda
demanda incremental será suplida por crudos procedentes de países No-OPEP. Así
lo refleja la estructura de sus escenarios, en los cuales se estima la tasa de
crecimiento de la economía global para un determinado lapso, de allí se deduce
la demanda que correspondería a ese crecimiento y a partir de ella se calcula
el suministro requerido, que comienza por la estimación de la oferta No-OPEP y
la producción de líquidos del gas natural de la OPEP, rubros que se tratan como
datos de partida. La suma de esas fuentes se resta de la demanda estimada y esa
diferencia es conocida como call on Opec, el petróleo que se le
demandará a la OPEP.
Precisamente,
en el siguiente cuadro de la AIE se puede observar el funcionamiento de esa
manera de pronosticar el futuro, según la cual, desde 2012 hasta el 2018, sólo
se requerirán 250.000 barriles diarios adicionales de la OPEP, en desmedro de
los megaproyectos que se diseñan en muchos de sus miembros, en particular, Venezuela e Irak, y sin contar
las capacidades cerradas que por causas ajenas al mercado se encuentran en el
propio Irak, Libia, Irán y Nigeria. Según los prospectos de la AIE la apertura
de esas nuevas producciones alimentaría la capacidad cerrada en la OPEP, rubro
que hasta ahora había sido considerado como un factor de estabilidad de los
precios en un "nivel aceptable" para el mercado global y que, como se
observa en el cuadro, se ubica en las cercanías de los 7 millones de barriles
diarios promedio durante los años del escenario.
Volviendo
al hilo histórico de nuestra exposición, diremos que en verdad, la civilización
automovilístico-petrolera de 1946 a 1970 se había desbordado en un
sobredimensionado consumo energético, acorde con los intereses de las mega
corporaciones de ambas industrias, que no por casualidad se encontraban dentro
de las 10 mayores del mundo: se abandonaron tecnologías energéticamente
eficientes, al punto de que estudios realizados en esos años críticos
constataban que en las ramas industriales donde se consumía las mayores magnitudes
de energía por tonelada de producto (vidrio, papel, aluminio, hierro y
petróleo) existían tecnologías, dejadas de lado, con las cuales se podrían
ahorrar entre un 30 y un 60 por ciento de ese consumo unitario. De hecho, el
desarrollo de automóviles cada vez más pesados y más potentes, con descuido de
su eficiencia energética, involucró también una involución en este aspecto, al
pasar de los 17 kilómetros por litro de gasolina de rendimiento de un Volkswagen en 1936 a los 4,1 km/litro alcanzados
por los potentes motores de un Grand Torino o un Fairlane 500 en 1971 que, en
“compensación”, prácticamente saltaban desde cero hasta 100 kilómetro por hora
en cuestión de segundos.
Dramatizando
las circunstancias del referido crecimiento exponencial del consumo petrolero,
el Presidente Carter comenzaba su Mensaje de la Unión del 18 de abril de 1977
advirtiendo que trataría un asunto
desagradable, un problema sin precedentes en la historia de los Estados Unidos,
un reto vital comparable al de una guerra preventiva, que si no se resolvía en
poco tiempo empeoraría hasta el próximo siglo: la crisis energética
"El mundo consume hoy
cerca de 60 millones de barriles de petróleo diarios y la demanda aumenta cada
año cerca del 5%. Esto significa que sólo para mantener ese ritmo necesitaremos
una nueva Texas cada año, una nueva Alaska cada nueve meses o una nueva Arabia
Saudita cada tres años. Obviamente esto no puede continuar. [22]
Todo lo
anterior configuró, además, una nueva etapa geopolítica, en la que la seguridad
del suministro energético, fundamentalmente petrolero, se convierte en la
principal preocupación y motivo del accionar político y militar internacional
de las grandes potencias capitalistas, en particular de los Estados Unidos.
Ello es obvio al revisar el conjunto de conflictos bélicos en los que se
involucran esas potencias en el Medio Oriente y sus alrededores.
Esta
era geopolítica, en la cual todavía nos encontramos, es coetánea con los
procesos económicos críticos y transformaciones estructurales que se han
producido en el seno del capitalismo contemporáneo al calor de la renovada
preeminencia que adquieren los dogmas neoliberales después del agotamiento de
los mecanismos keynesianos de regulación en los años 70 y particularmente,
después del colapso de la Unión Soviética y su sistema de “democracias
populares”.
Este es
un hito geopolítico trascendental que modificará todas las relaciones de poder
internacional y particularmente las vinculadas con el control de las fuentes de
energía y en especial de los hidrocarburos. Ello se manifiesta localmente en
cada uno de los países petroleros (los “periféricos” y subdesarrollados poseedores
de los yacimientos). Para el caso de Venezuela, escribíamos entonces lo
siguiente:
En materia de política petrolera venezolana,
las vigentes tendencias hacia la globalización de la economía se manifiestan a
través de una peculiar apertura que, en general, tiene características
similares a las que se registran en otras ramas de la economía: se trata del
regreso a los viejos y buenos tiempos pre-keynesianos, de imperio del
capitalismo sin desviaciones terceristas ni demasiadas consideraciones sobre
justicia y seguridad social, equidad y
otros contaminantes. Y por encontrarnos en tiempos de globalización, es decir,
en el mundo unipolar donde se impone la integración de las economías mundiales
bajo la égida de los países integrantes del Grupo de los Siete y, sobre todo,
de sus corporaciones transnacionales, el carácter estatal del petróleo y de su
industria en Venezuela es combatido, cada día con más fuerza y por todos los
medios de comunicación masiva, por los agentes internos de la “modernidad”.
En este sentido, la “apertura petrolera” ha
comportado, aún antes de adquirir ese nombre,
el desmontaje de todo el aparato interno de control y fiscalización de
las actividades petroleras, minimización de algunos instrumentos tributarios de
percepción de la renta petrolera, la liquidación de otros y la creación de un
nuevo y laxo ambiente político, legal y reglamentario para propiciar el retorno
triunfal de las grandes corporaciones a las posiciones dominantes dentro de la
industria petrolera venezolana. El colofón definitivo de este proceso será
puesto cuando se cumplan los propósitos del enclave transnacional entronizado
en los altos mandos de la propia empresa petrolera estatal, el cual impulsa la
desnacionalización de PDVSA mediante el reparto y venta de acciones de esa
empresa. (Véase
a este respecto las reiteradas declaraciones de Luis Giusti, Alberto Quirós
Corradi y ciertos investigadores del IESA; pero sobre todo el aviso de 4
páginas inserto en la edición latinoamericana de la Revista TIME del 21 de
julio de 1997, pagado con fondos públicos y en donde los directivos de la empresa
estatal petrolera identifican como una tarea prioritaria para ellos la de
“convencer a un público todavía demasiado nacionalista acerca de la
inevitabilidad de la privatización total de PDVSA”) [23]
Otro
caso paradigmático para el diseño de una geopolítica de la seguridad energética
estadounidense en el ámbito latinoamericano nos es referido en el trabajo, “El papel de México en la integración y
seguridad energética de Norteamérica”:
Tras los atentados terroristas del 11 de
septiembre de 2001 a las Torres Gemelas y al Pentágono, y el despliegue de la
Doctrina de la Defensa Preventiva, para justificar el combate en contra del
terrorismos internacional que amenazaba la seguridad nacional de Estados
Unidos, la zona de influencia más cercana a este país cumple un papel clave,
pues los mecanismos e iniciativas destinados a proteger dicha seguridad
nacional estadounidense aumentaron, incorporando elementos económicos,
políticos y en materia de energéticos. [24]
En esta
obra, la Profesora Vargas Suárez destaca como “la política energética mexicana responde, en buena medida, a los
intereses de Estados Unidos”, país para el cual, aumentar la oferta de
hidrocarburos y de exportaciones de México es vital para su seguridad
energética, porque permitiría “reducir la
dependencia de aprovisionamientos petroleros de países considerados riesgosos”,
dentro de los cuales señala a tres de los actuales proveedores importantes: Venezuela, Rusia y Arabia
Saudita.
Ahora
bien, volviendo al eje central de nuestra exposición, referido a la evolución
del sistema de relaciones globales en el cual se generan las líneas
geopolíticas contemporáneas, al calor del “fin de la historia”, del mundo
unipolar y globalizado, bajo el “Consenso de Washington” y “El Nuevo Siglo
Americano” de los neoconservadores, podemos destacar las circunstancias en las
cuales se acentúan los procesos de centralización y concentración capitalista,
que conducen a una también renovada preeminencia del capital financiero sobre
el capital industrial, como lo atestiguan muchos analistas del proceso
económico contemporáneo [25].
Esos
procesos tienen también, y desde luego, incidencia en la modificación de las
relaciones económicas en el seno de la industria petrolera, en particular en
cuanto a la determinación y significación del precio del petróleo para
garantizar las inversiones que asegurarán los suministros del futuro. Esos
precios, determinados a partir de los mercados de “commodities”, de futuros y
opciones, de Wall Street, Chicago y la
City londinense van a divorciarse cada vez más de la evolución de las
relaciones entre oferta, demanda e inventarios, los manidos “fundamentos del mercado” a que hacen
referencia los analistas de los mercados físicos. Los mismos han alcanzado
niveles que han permitido hacer rentables, vale decir, “convencionales”, a
reservas petroleras antes consideradas “marginales”. [26]
Ello es
lo que ha permitido la desaforada búsqueda de nuevas localizaciones petroleras
y desarrollos tecnológicos que permitieran maximizar la extracción de los
recursos ya conocidos, desde las primeras plataformas submarinas del Mar del
Norte y de aguas profundas en el Golfo de México, Brasil y las costas
occidentales de África, pasando por las reservas de crudos bituminosos y
extrapesados de Canadá y Venezuela -hasta
hace poco marginales pero ahora “convencionales- y la proliferación de las
tecnologías de perforación direccional y horizontal, que unidas a la
fracturación hidráulica de rocas madres han conducido al reciente boom del petróleo de los esquistos.
El
costo de producir petróleo “ligero y difícil”, el light tight oil de los
esquistos, así como los de aguas profundas y arenas petrolíferas, se ha
convertido en el costo marginal de producción, definido éste como el costo de
extraer el último y más costoso barril requerido para satisfacer la demanda.
Ese costo está ligado en lo fundamental a los precios de largo plazo. Si los
precios caen por debajo de ese nivel, no habrá incentivos para producir esos
barriles y la demanda se mantendrá insatisfecha hasta que los consumidores
estén dispuestos a pagar más. Para que el suministro de petróleos procedentes
de esas tres fuentes se realice, los productores necesitan que sus inversiones
sean "rentables". Y la rentabilidad, al uso de las grandes
corporaciones petroleras, las denominadas "majors", acostumbradas a
los rendimientos cartelizados, significa la generación de una renta que
desborda cualquier parámetro de tasas internas de retorno características de
cualquier otro negocio sometido a normas comerciales convencionales.
Dada
esta premisa, para algunos analistas el costo de producción de estas fuentes
constituye un buen indicador de los precios futuros del petróleo. Diversas
fuentes consultadas estiman que ese precio debe estar en el entorno de los 90 a
100 dólares el barril en el corto y mediano plazo.
Esas
perspectivas de expansión de las fronteras petroleras existen en varios países,
en particular en los ya mencionados poseedores de reservas en aguas profundas y
arenas petrolíferas, añadiendo además a los países en cuyas rocas madres
–lutitas, esquistos- existen ingentes acumulaciones de hidrocarburos líquidos y
gaseosos.
Estos últimos,
sin embargo, deben afrontar obstáculos superiores a encontrados en los Estados
Unidos, país dotado de una infraestructura industrial y de transporte
inexistente en países como China, Argentina, México y Australia, poseedores de esos
yacimientos esquísticos. [27]
Ahora
bien debido a esos desarrollos tecnológicos y nuevos hallazgos que han
extendido y profundizado las fronteras tradicionales de las cuencas
petrolíferas, se plantea un nuevo panorama geopolítico, en el cual, cuando
menos para los Estados Unidos, el suministro energético pierde connotaciones
críticas inmediatas y puede dar paso a manejos estratégicos de largo plazo en
este campo.
La
realidad sobre el supuesto “peak oil”,
el pico de la producción petrolera a partir de cuya cumbre se iniciaría la
irremediable declinación que, como ya refiriéramos, había comenzado en 1971
para Estados Unidos y se había manifestado como fatalidad inexorable hasta 2010,
cuando la producción de ese país llegaba ya a los niveles mínimos de 5 millones
de barriles diarios, se ha revertido desde entonces y ha colocado a ese
indicador estadounidense a la par del de los mayores productores mundiales, en
más 7 millones de barriles diarios en 2013 y con perspectivas crecientes.
Para
los más optimistas, como se observa en el gráfico de Citi GPS que se anexa al final, para 2020 la producción de ese país
alcanzaría los 15 millones de barriles diarios, presunción que triplica el
crecimiento estimado por la Agencia Internacional de Energía para el 2035,
según se observa en el gráfico de esa fuente que presentamos y las proyecciones
del propio Departamento de Energía estadounidense para el 2040, que también
anexamos. Al respecto, en el ya citado estudio de Leonardo Maugeri, se sostiene
lo siguiente:
De un lado, el gran tamaño de los recursos y
la capacidad de la industria de desarrollarlos a través de constantes
innovaciones tecnológicas y reducción de los costos previstos en los primeros
pronósticos, sugieren la posibilidad de que los Estados Unidos puedan
convertirse en el mayor productor mundial en pocos años. De otro lado, las
características específicas del petróleo de los esquistos, -la intensidad de la
perforación en particular- lo hacen extremadamente vulnerables a las caídas de
precios y a la oposición ambientalista en áreas nuevas y habitadas. [28]
Según
los pronósticos del trabajo referido, basados en el análisis de más de 2000
pozos, los principales yacimientos actuales, Bakken y Eagle Ford comenzarán a
tener problemas con la intensidad de la perforación -vale decir, con lo costos,
en la segunda mitad de la década de 2020. Ello ha sido confirmado recientemente
en una nota de la publicación digital semanal Peak Oil Review:
Últimamente ha habido una cantidad inusual de
discusiones en la prensa financiera y en la industria del petróleo acerca de
las dificultades que enfrentan las empresas de extracción de petróleo de
esquisto y gas. Una encuesta realizada a 61 empresas de perforación de esquisto
muestra que la deuda se ha duplicado en los últimos cuatro años, mientras que
los ingresos han subido un 5,6 por ciento. Bloomberg dice que la lista de empresas
de extracción de petróleo de esquisto que están “estresados” financieramente es
"considerable", con los gastos por intereses comiéndose los ingresos
a un ritmo creciente. Incluso Rigzone, una perenne animadora de la industria,
está empezando a mostrar ambos lados de la historia del esquisto. Después de
citar a un par de líderes de la industria petrolera que ven muchos años o incluso décadas de
aumento de la producción de petróleo y gas de esquisto por delante, también
tienen en cuenta a aquellos que dicen que la industria se enfrenta a serios
desafíos en el mantenimiento de la producción de petróleo y gas. Entre los
"retos" están la necesidad de aumentar la perforación en momentos en
que las fuentes de capital se están secando; la necesidad de encontrar nuevos
yacimientos de petróleo distintos de Bakken y Eagle Ford; la necesidad de
reducir los costos de producción; la disponibilidad de agua; y el aumento de la
regulación federal de todo, desde las emisiones, a las aguas subterráneas, a
los ferrocarriles. Parece que algunos en la prensa financiera están empezando a
ver la escritura en el muro y están, al menos, dando a entender que hay
problemas por delante.[29]
Respecto
a la oposición ambientalista, se destaca la prohibición de esta explotación en
algunos países europeos, como Francia, cuyo yacimiento principal, con “reservas
en sitio” estimadas en 300 mil millones de barriles de crudo
("recuperables" 9 mil millones) y 180 billones de pies cúbicos de gas,
se designa con un nombre que lo dice todo: París. En los propios Estados
Unidos, para el yacimiento Monterrey, que atraviesa populosos y fértiles valles
de California, se estimaban reservas de petróleo de esquistos que triplicaban
los ya identificados en los yacimientos actualmente explotados de Bakken y
Eagle Ford, 19.000 millones de barriles, pero hasta ahora, las autoridades de ese Estado -el más poblado,
regulado y ambientalmente sensibilizado de toda la Unión- se habían negado a
autorizar actividades prospectivas y productivas, resistiendo las presiones de
los eternos interesados en la expansión petrolera. Justamente, una muestra de
esas presiones, que se multiplican ante la evidencia de que el boom actual tiene límites cercanos, la encontramos un
estudio auspiciado por varias universidades y centros de divulgación de ese
Estado, “Powering California”, que
compara la posible explotación de Monterrey con una nueva “fiebre del oro negro”
que multiplicará la riqueza de los californianos. [30]
Pero
hete aquí lo que sucede cuando se están analizando procesos en desarrollo y
estimaciones del futuro: la realidad suele presentarse con insólita
contundencia, haciendo irrelevante algunas discusiones, tal como la que venimos
desarrollando, pero que dejamos como muestra de la complejidad de las
pretensiones futurológicas, cuando no se tienen a mano datos confiables y se
depende de estudios sesgados promovidos por los interesados en el negocio, de
uno y otro bando.
Pocos
días después de escribir las anteriores líneas sobre “Powering California” explota ante nosotros un reporte de la Energy
Information Administration del Departamento de Energía de los Estados Unidas,
cuyos detalles, según declara Adam Sieminski, Administrador de ese organismo el
21 de mayo pasado, serán publicados el próximo mes y según el cual, por retos infranqueables hasta ahora por la
tecnología disponible, se reducen en un 96% las supuestas reservas
recuperables estimadas en 13.700 millones de barriles en 2011, hasta una
magnitud inferior a los 600 millones de barriles. [31]
Según cálculos
simples de las fuentes consultadas esto evaporará la fabulosa oportunidad para California, con la cual soñaba el
Gobernador Jerry Brown, ya dispuesto a modificar las regulaciones vigentes en
ese Estado para permitir el desarrollo del “fracking” y otros procesos más
agresivos, como la “acidificación” de
los yacimientos, al desmoronarse los estimados de ingresos fiscales y nuevos
empleos, en proporciones también millonarias: los 24 mil 600 millones de
dólares de ingresos fiscales esperados se reducen a 984 millones y los 2,8
millones de nuevos empleos se reducen a 112 mil. Y ello, si las nuevas modestas
magnitudes –equivalentes a 33 días de los requerimientos petroleros de Estados
Unidos- continúan estimulando los emprendimientos de las corporaciones
interesadas hasta ahora. [32]
Con
todo, las novedosas producciones de “light
tight oil” y “shell gas” de los
yacimientos de Bakken, Eagle Ford y Marcellus ya han convertido a ese país en
un exportador neto de gas natural licuado y, en menores magnitudes, de productos petroleros. Más aún,
ya se han registrado movimientos de los clásicos “lobbies” petroleros que, en
esta oportunidad, promueven medidas legislativas para suspender o anular la
prohibición que pesa desde los años setenta del siglo pasado sobre la
exportación de crudos.
Las
consecuencias para el mercado petrolero global
de este “boom” son trascedentes, pero todavía parece demasiado pronto
para evaluarlas en toda su significación geopolítica.[33]
Así por
ejemplo, en su World Energy Outlook de 2012, la Agencia Internacional de
Energía estimaba que Estados Unidos superaría la producción saudita en 2020 y que
ya para entonces se comenzarían a sentir el impacto de las nuevas medidas de
eficiencia en el uso de los combustibles para el transporte. Ambos procesos darían
lugar a una caída continua de las importaciones petroleras de ese país, hasta
el punto de convertirlo en un exportador neto cerca del 2030. Todo lo cual
aceleraría el cambio de dirección del comercio petrolero internacional hacia
Asia, trasladando el foco de atención hacia la seguridad de las estratégicas rutas que llevan el petróleo
del Medio Oriente hacia los mercados asiáticos. [34]
Sin embargo, estas conclusiones han sido revisadas en días recientes por la misma Agencia. En efecto, en su World Energy Investment Outlook, publicado a principios de este mes de junio de 2014, sostiene que los aumentos en la producción de petróleo de esquisto EE.UU. no continuarán indefinidamente y podrían y comenzarían a “salir de la corriente” a partir del 2020. Explica que después de este año, los EE.UU. se convertirán en más dependientes del petróleo del Medio Oriente. Esta es un cambio radical por parte de la AIE, que como hemos visto, en sus pronósticos del 2012 había sido muy optimista sobre las perspectivas de la producción de petróleo de esquisto en Estados Unidos. [35]
Por lo
pronto, y sin contar con los contradictorios pronósticos, la realidad se comienza a manifestar en la ya
citada incorporación a la producción estadounidense de casi dos millones y
medio de barriles diarios adicionales entre 2010 y 2013,
En un
primer momento, por tratarse de crudos extra-livianos, esa producción ha
afectado las importaciones de países productores de crudos similares, en particular
Nigeria y la propia Arabia Saudita. [36]
La significación geopolítica de esta inusitada involución queda en evidencia al considerar la incomodidad manifiesta de los dirigentes sauditas que ven en estos desarrollos una posibilidad de pérdida de su papel como principal aliado de los Estados Unidos en el mundo árabe, uno de los temas de agenda en la reciente visita del Presidente Obama al Rey de Arabia Saudita.
De
hecho, algunos analistas creen ver en esta novedosa “seguridad energética” la
explicación de comportamientos no
convencionales del gobierno estadounidense en la gestión de los conflictos que
se desarrollan en áreas geopolíticamente sensibles. En particular, es notorio
el nerviosismo de la dirigencia israelí, manifiesto en las frecuentes e
inusitadas visitas de su Primer Ministro a Washington, frente la moderación de la administración
Obama en el caso del conflicto sobre el desarrollo nuclear iraní, que permitió
el inicio de negociaciones multinacionales específicas con ese gobierno, amén
de una redefinición de lo que se consideraría una “línea roja” infranqueable en
esa materia y, consecuentemente, una moratoria de las sanciones a las que Irán
se habría hecho acreedor. En el mismo sentido se ha evaluado la anuencia
norteamericana frente a la iniciativa de Rusia de propiciar una negociación
regida por las Naciones Unidas en el caso de Siria. Ambos casos, por cierto, han
fundamentado la ya señalada “incomodidad” saudita, acérrimo adversario de Irán
por el liderazgo regional musulmán y financista - promotor de la insurrección
jihadista en Siria.
Sin
embargo, otras opiniones consultadas consideran que nada de ello puede significar
un cambio sustancial de la injerencia de los Estados Unidos en el Medio Oriente
o en la estructura de sus alianzas. Aun cuando su presencia militar sea
inferior a la de los tiempos posteriores al 11 de septiembre, su “preocupación”
por la inestabilidad política de la región se mantendrá por mucho tiempo. [37]
En este
mismo sentido se pronuncian investigadores del CSIS (Center for Strategic &
Interntional Studies) en un reciente trabajo, "New Energy, New
Geopolitics" en el cual se analizan
las opciones geopolíticas de los Estados Unidos en los probables escenarios de
desarrollo del shale gas y el light tight oil, desde el más pesimista, acorde
con los pronósticos de quienes sostienen que se trata de una veta productiva
temporal que declinará en la próxima década y que, además, estará limitada a la
región norteamericana, hasta los más optimistas que consideran que el
desarrollo tecnológico vencerá los límites que imponen los costos y expandirá
el desarrollo de esos productos a todas las localizaciones, dentro y fuera de la
América del Norte, donde ya se estiman considerables reservas recuperables, tal
como nos las presentan los escenarios de IHS para el 2040 que insertamos al
final de este texto.[38]
Cualquiera
de estos escenarios debe determinar, según las autoras del estudio del CSIS que
comentamos, una postura geopolítica específica de los Estados Unidos, que podrá
oscilar entre promover la estabilidad de los mercados energéticos para fomentar
economías más fuertes y aumentar la estabilidad geopolítica, o tomar el camino
de utilizar las nuevas ventajas obtenidas en la producción de gas y petróleo
como instrumentos al servicio de más amplios objetivos económicos y
geopolíticos. [39]
Todo lo
anterior queda condicionado a las nuevas constataciones de la Agencia
Internacional de Energía y de la propia Administración de Información de
Energía de los Estados Unidos sobre las limitaciones volumétricas y temporales
del denominado boom de los esquistos.
Podemos
encontrar manifestaciones de posicionamiento geopolítico-energético en otros
conflictos en desarrollo en la actualidad, como el Ucraniano-Ruso que, aunque
tiene implicaciones petroleras y energéticas, éstas, sin embargo, no afectan
directamente a los Estados Unidos, pero son de una gran significación para la
Unión Europea, a la cual fluye el vital suministro de gas natural ruso,
atravesando, en parte, territorio ucraniano. El conjunto de intereses económicos
involucrado es de una magnitud tal que ha permitido que la toma de Crimea por
Rusia haya sucedido con poco efectivas protestas occidentales, al admitir, de
hecho, tanto los Estado Unidos como la Unión Europea, que ese asunto es
pertinente al espacio geopolítico ruso, en el cual no es posible intervenir sin
muy sensibles “daños colaterales”.
Para colmo de moderación, se asoma como una solución a mediano plazo, que
disminuiría la extrema dependencia europea del gas ruso, precisamente, el
aumento del suministro de gas natural estadounidense a Europa, y a Ucrania en
particular.
Por
supuesto, esta crisis política sigue en desarrollo y el aumento de las
tensiones entre Estados Unidos, Europa y Rusia continúa cada día, con marchas y
retrocesos, revueltas nacionalistas de signo antagónico, movimientos tácticos,
amenazas de sanciones, referéndum, elecciones, etc., pero el trasfondo
energético será determinante en el sentido y contundencia de las piezas que
moverán los diversos contrincantes.
El último
hito resaltante, hasta ahora, de este pugilato geopolítico lo constituyó el
contrato de suministro de gas ruso a China por 30 años y un monto total de 400
mil millones de dólares, suscrito el 20 de mayo pasado, el cual representará
una gigantesca válvula de escape para Rusia en cuanto a las posibles
limitaciones que podría sufrir su suministro de gas a Europa como consecuencia
de los conflictos en curso. Para evaluar la magnitud y oportunidad de este
acuerdo, que tenía diez años negociándose, debe considerarse que se trata del
mayor contrato firmado por Gazprom en toda su historia. [40]
Ulsun
Gunnar, en artículo publicado en Global
Research el 22 de mayo pasado, considera este acuerdo como “El contrato de gas del Siglo”, con
implicaciones geopolíticas globales y sostiene lo siguiente:
Para Rusia será difícil encontrar otro mercado
en el cual vender los 160 mil millones de metros cúbicos de gas que exportó a
Europa el año pasado. El nuevo trato con China se espera que comience con 38
mil millones de metros cúbicos de gas al año, cerca de la cuarta parte de lo
que exporta a Europa. Se están construyendo gasoductos adicionales y el monto
del gas enviado a China seguramente se expandirá para cubrir la demanda futura.
Aunque el nuevo contrato no será un sustituto
de los mercados europeos, la capacidad de Rusia de cerrar 40 mil millones de
gas de sus envíos a la Unión Europea puede convertirse en una persuasiva pieza
de negociación, tal que el gas de esquistos de los Estados Unidos será incapaz
de compensar en el futuro previsible, si es que acaso ello será posible alguna
vez. [41]
De todo lo expuesto en las páginas anteriores podemos concluir que el petróleo, y los hidrocarburos en general, continúan constituyendo, ahora y en el futuro previsible, un elemento motivador del comportamiento geopolítico de las principales potencias industriales y, en general, de todos los países, sean consumidores o productores. Ello se fundamenta en que todos los pronósticos avizoran un panorama energético global dominado en las próximas décadas por el gas natural, los hidrocarburos líquidos y el carbón, fuentes que sumarían más un 85% por ciento del suministro esperado hasta la cuarta década de este siglo. Así lo anuncian los pronósticos de British Petroleum para 2035:
Todo
ello, a pesar de sus conocidos efectos generadores de calentamiento global, los
cuales se dejan de lado por las urgencias del desarrollo de las economías
emergentes y ante la realidad de las considerables limitaciones políticas, técnicas
y económicas de las alternativas “limpias” y renovables disponibles –energía
hidráulica, solar, eólica, geotérmica, etc.- y de las muy posibles ominosas consecuencias
de una masificación nuclear sobre la cual no se han generado los controles
necesarios para hacerla absolutamente confiable, como lo demostraron los
accidentes mayores de Three Mile Island en 1979, categoría 5, Chernobyl en 1986,
categoría 7, y Fukushima en 2011, categoría 7, y cuya utilización masiva ha
sido comparada con un "pacto fáustico", dados los 25.000 años de vida
media radiactiva de su principal desperdicio, el más peligroso material que ha
manejado la humanidad: el plutonio. [42]
Con el
petróleo y el gas de los esquistos, los crudos extra pesados de Venezuela y
arenas bituminosas de Canadá, los de aguas profundas de Brasil, Angola y el
Golfo de México, recursos ahora convencionales, y que determinarán el costo
marginal de las futuras inversiones en el sector, el espacio geográfico hidrocarburífero
global se amplía, dejando de estar relativamente concentrado en el Medio
Oriente y abriendo espacio a nuevas localizaciones en diversas partes del
globo, desde los océanos polares hasta los mares tropicales.
En
cualquier caso, lo conducente será explorar el sentido de los nuevos vectores
de la geopolítica energética, que seguirá siendo motor de una industria en la cual el componente estatal es y será
ineludible para todos los protagonistas de ese mercado.
Ello
nos toca directamente a los venezolanos, quienes no podemos ser espectadores
pasivos de esos escenarios y, por el contrario, debemos continuar generando las
iniciativas políticas, económicas, técnicas y geopolíticas que nos doten de los
instrumentos indispensables para la defensa de nuestra soberanía sobre los
recursos de nuestro subsuelo. UNASUR, Mercosur, ALBA, Petrocaribe, son nombres
paradigmáticos de una voluntad política de reafirmación soberana.
CMP, junio 2014
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[42] Grenon,
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http://mendozapottella.blogspot.com/
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