Chávez y la permanencia de su legado
Por
Atilio A. Boron
Día de luto para los
pueblos de Nuestra América. Hace ocho años, a consecuencia de un cáncer
prefabricado, de laboratorio, moría el Comandante Hugo Chávez Frías. El
imperialismo y sus esbirros celebraron el infausto acontecimiento, al igual que
sus repugnantes lacayos regionales. Fieles a sus toscos razonamientos unos y
otros pensaron que “muerto el perro, muerta la rabia”. Se equivocaron: Chávez
murió -en realidad fue lentamente asesinado- pero el chavismo sigue vivo porque
las condiciones objetivas que hicieron posible el arrollador despliegue de su
creatividad política siguen presentes. La insaciable voracidad de dominio del
imperio y el menoscabo de la autodeterminación nacional de numerosos países, no
sólo en Latinoamérica y el Caribe, nutren la permanente recreación del chavismo
y su mensaje. Tal vez bajo nuevas formas, pero se recrea.
Chávez fue un personaje
genuinamente excepcional. Ya desde niño, un niño pobre de Barinas, hijo de una
pareja de laboriosos maestros rurales, se destacó por encima de sus pares.
Culminó el primer año de la escuela primaria como abanderado. Desde ese
momento, y a lo largo de toda su vida siempre lo fue: en todos los grados de la
primaria, en el liceo y las escuelas militares Chávez era siempre el primero de
su promoción. Unía a su extraordinaria inteligencia una férrea disciplina y una
asombrosa capacidad de lectura, comprensión y memorización. Lo sabía, pero
cuando en una ocasión pude visitarlo en su despacho quedé asombrado al ver los
libros que poblaban su escritorio. Allí estaban Mészáros, Chomsky, Dussel,
Wallerstein, González Casanova y tantos otros compartiendo su espacio con
Bolívar, Martí, los escritos de Fidel y el Che y, por supuesto, la Constitución
de la República Bolivariana de Venezuela. Los que yo utilizaba en mis clases
eran los mismos que él estaba leyendo, marcando cada página con notas,
comentarios e interjecciones hechas con bolígrafos o plumones de distintos
colores, todo con una prolijidad digna de un muy aplicado estudiante de
posgrado. Corro el riesgo de ser injusto, pero no creo que haya habido en
tiempos recientes muchos jefes de estado más cultos y con más amplitud de miras
que él. Tal vez Fernando H. Cardoso, en otro andarivel y para desgracia de
Brasil y Latinoamérica marchando en la dirección incorrecta; más próxima a
Chávez, sin duda, Rafael Correa, ¿pero después quién, salvo Fidel? Y esto no lo
digo para demérito de políticos de una conformación más tradicional: pienso en
Lula, Dilma, Kirchner, Cristina Fernández, Tabaré, el Pepe, Evo, Lugo, Zelaya,
Ortega, López Obrador. Lo digo para señalar que Chávez aparte de ser un gran
político era un notable intelectual en el sentido más estricto del término.
Un hombre cuyo cerebro
no paraba de pensar, crear, imaginar, proyectar. Recuerdo la frase de aquel
infame fiscal italiano que en el proceso que condenaría a Antonio Gramsci a la
cárcel de por vida le gritó al juez: «¡Tenemos que impedir que este cerebro
funcione durante veinte años!» Lo mismo pensaron los imperialistas cuando se
burlaban, al inicio, de la recuperación del legado independentista y
antiimperialista de Bolívar que hacía el venezolano. Cuando se desprendieron de
su soberbia ya era demasiado tarde: la articulación entre Fidel, el gran
estratega antiimperialista; y Chávez, el gran mariscal de campo abriría una
nueva etapa en la historia de Nuestra América y el imperio sufriría un duro
golpe: la derrota del ALCA, su principal proyecto geopolítico y económico para
la región y para todo el siglo veintiuno. Pero además, Chávez y Fidel eran
máquinas incansables de generar nuevas ideas y proyectos. A ello el venezolano
agregaba una simpatía desbordante y una increíble capacidad de persuasión, que
lo llevó a que el mismísimo narcogobernante colombiano Alvaro Uribe firmase la
adhesión de la atribulada Colombia a la UNASUR.
Para que Chávez no
pensara, como quería aquel fiscal y como también deseaban los buitres y las
hienas de Washington, era preciso matarlo. Y lo hicieron, como con tantos
otros. La historia criminal de la Casa Blanca sería interminable. Infinidad de
intentos, todos fallidos contra Fidel. Pero después tuvieron éxito, con tropa
propia o acudiendo a sicarios y mercenarios, en los asesinatos del Che Guevara,
Jaime Roldós, Omar Torrijos, Juan José Torres, los generales
constitucionalistas chilenos René Schneider y Carlos Prats González, Orlando
Letelier en el mismísimo Dupont Circle de Washington, monseñor Oscar Arnulfo
Romero, los jesuitas en El Salvador, Maurice Bishop y en África Patrice
Lumumba, Thomas Sankara, Samora Machel, Amilcar Cabral; Yasir Arafat en Oriente
Medio las más recientes de Saddam Husseim y Muammar El Gadafi y, apenas ayer,
el general iraní Qasem Soleimani. Hay quienes aseguran que la larga mano de la
CIA puede también haber actuado en el nunca aclarado asesinato de Olof Palme en
Suecia. Repito, mismo en el caso de Latinoamérica el listado escrito a corre
pluma es muy incompleto. Lo que quiero marcar es que el ADN del imperio está la
“eliminación” de sus enemigos, lo hicieron con Chávez, pero no pudieron con su
legado. Sigue vivo entre nosotros. Por eso hoy los pueblos honran su memoria y
la atesoran como fuente inspiradora de sus luchas.
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