Por Karina Ochoa
En
la justificación teológica relativa a los naturales del Nuevo Mundo, hay tres
tópicos íntimamente ligados a los discursos constituidos en la Conquista: la
esclavitud (bestialización), la racialización (de los pobladores colonizados) y
la feminización de los indios (que incorpora el sexismo y la misoginia);
elementos que configuraron los patrones de poder y dominación, cuyo sentido
llega hasta nuestros días. Las disputas entre Sepúlveda, Vitoria y Las Casas,
que giran en torno al reconocimiento o no de los derechos de los indios, se
decantan en una formación discursiva de racismo y anulación ontológica que
constituye el pasado y continúa funcionando en la subjetividad moderna.
La
privación de ciertos o todos los derechos a la población nativa del “Nuevo
Mundo” (por cuestiones de ley natural, jurídica o moral), sin duda, fue un
asunto de disputa entre los teólogos del siglo xvi. Desde diversas comprensiones
y argumentos, autores como Ginés de Sepúlveda, fray Bartolomé de las Casas y
fray Francisco de Vitoria llegaron a la misma interrogante: ¿pueden los
amerindios ser reconocidos como “seres humanos” con plenos derechos teológicos
y jurídicos?1 Y si así fuese, ¿en qué condiciones accederían al constructor
“sujeto” en la dimensión espiritual, legal, política y/o social? Los teólogos
adscritos a la orden dominicana recurren a diversos planteamientos para
explicar la naturaleza del indio/a. Las posturas van desde el reconocimiento a
su posible humanidad hasta la afirmación de su animalidad o barbarie, y
desde allí debaten sobre: a) la legitimidad de la conquista; b) los métodos
utilizados por los peninsulares (es decir, la justeza de la guerra, que como
contraparte tiene el planteamiento de la evangelización pacífica); y c) el
reconocimiento, o no, de las estructuras despóticas de la organización política
y social en las colonias americanas (las encomiendas, los repartimientos y los
gobiernos impuestos desde España), las cuales resultan válidas desde la
particular posición que abraza cada autor. Sin embargo, en estos pensadores
encontramos ciertos supuestos que constituyen la base del proyecto civilizador
occidental, es decir, de la Modernidad con su ethos universalizante. Sus
posturas no son casuales, en realidad son el espejo de un complejo proceso de
formación discursiva de la colonialidad en América que se articula alrededor de
ciertos presupuestos categóricos que, de facto, niegan al indio su
calidad de “sujeto” con plenos derechos, envistiéndolo con una identidad
negativa (como en el caso de Sepúlveda) o súper-positiva (como en el primer Las
Casas), que al final de cuentas separa (despoja) de sus identidades originales
a los y las amerindios para posicionarlos en el lugar de un “otro” negado y
subordinado2.
A
pesar de las claras diferencias que encontramos en los planteamientos de los
teólogos mencionados, identificamos tres tópicos íntimamente ligados al debate
y a los discursos que se construyen alrededor de la Conquista: la esclavitud
(bestialización), la racialización (de las poblaciones colonizadas) y la
feminización de los indios (que incorpora el sexismo y la misoginia); elementos
que dan cuenta de la configuración de los patrones de poder y dominación que,
desde entonces –y en adelante–, estructurarían al sistema mundo-
moderno-colonial3. Ginés de Sepúlveda, como principal partidario de la
“desigualdad-inferioridad-bestialización” de los indios4, consideraba que los
naturales americanos no reunían las condiciones necesarias para ser tratados
como gentes (o sea, humanos), ni para ostentar los derechos correspondientes,
por lo que estaban destinados al trato que tiene un amo sobre un esclavo. Su
condición de no-humanos (de bárbaros o bestias) los condenaba a la servidumbre
frente a quienes estaban dotados de virtudes y prudencia, quedando
inevitablemente sometidos a los que sí eran “sujetos”: los
españoles/occidentales, mismos que los guiarían en el camino de la civilidad. Y
si los indios se negaban a dicha servidumbre sólo tendrían como opción el
extermino, pues su condición de barbarie era un “peligro para la
civilización”5.
Sepúlveda
formuló un paralelismo entre los indios, las mujeres y los niños, con el objeto
de evidenciar y justificar la supuesta incapacidad de los naturales americanos
para representarse a sí mismos; de tal suerte que la correspondencia
dominio/subordinación que nuestro autor establece entre españoles e indios
deviene de la equivalencia existente en las relaciones (desiguales) entre
varones y mujeres, y/o adultos e infantes.
Para
validar su postura frente al problema indiano, Sepúlveda tuvo que feminizar al
indio6 (en el discurso) y anularlo como sujeto, dotándolo de
características aptas sólo para la servidumbre. Esto que llamamos feminización
del indio, sin duda, sintetiza el hecho de que el “carácter bestial del
indio” se ve equiparado/intercambiado por el de ser mujer, cuya condición de
tutela es perpetua y permanente.
A
diferencia de Sepúlveda, tanto en Vitoria como en Las Casas encontramos
planteamientos claramente colonialistas, pues vale más un indio con derechos
restringidos, que sin ellos, ya que al indio con derechos se le puede controlar
o privar de ellos, mientras que al indio sin derechos sólo se le puede tratar
como esclavo, condición que ambos autores descartan de inicio.
Tzvetan
Todorov lo apunta de esta manera:
“Las Casas y los
otros defensores de los indios no son hostiles a la expansión española; pero
prefieren una de sus formas a la otra. Llamemos a cada una con un nombre
familiar (aun si esos nombres no son exactos históricamente): están en la
ideología colonialista, contra la ideología esclavista. El
esclavismo reduce al otro al nivel de objeto, lo cual se manifiesta en todos
los casos de comportamiento en que los indios son tratados como algo menos que
hombres […] Pero esta forma de utilizar a los hombres evidentemente no es la
más redituable.
Si, en vez de
tomar al otro como objeto, se le considerara como un sujeto capaz de producir
objetos que uno poseerá, se añadiría un eslabón a la cadena –un sujeto
intermedio– y, al mismo tiempo, se multiplicaría al infinito el número de
objetos poseídos. De esta transformación vienen dos preocupaciones adicionales
[…] La eficacia del colonialismo es superior a la del esclavismo; eso es, por
lo menos, lo que podemos comprobar hoy en día”. (Todorov, 1989: 188-189).
Recordemos
que ni Vitoria ni Las Casas7 son seguidores de la esclavitud del indio, por lo
que en estos autores hay una inclinación al colonialismo, en menoscabo del
esclavismo8.
Por
otra parte, hay que señalar que tanto Sepúlveda como Vitoria y Las Casas se
posicionan en un lugar de enunciación en el que son los portadores de la razón
y la verdad, las cuales son absolutas y aplicables a toda la humanidad. Por
ejemplo, para Todorov el principal problema en los planteamientos del primer
periodo de pensamiento de Las Casas es que la afirmación sobre la “igualdad de
los hombres”, que permite al fraile dominico posicionar a los indios como
verdaderos hombres, “se hace en nombre de una religión particular, el
cristianismo, sin que se reconozca tal particularismo”. Para nuestro autor hay
“un peligro potencial de ver que se afirme, no sólo la naturaleza humana de los
indios, sino también la ‘naturaleza cristiana’” (Todorov, 1989: 14). En este
sentido, plantea que si bien en el discurso de Las Casas se habla de reglas y
leyes naturales y de derechos de gentes, el problema central está en:
“¿Quién decide
sobre qué es natural en materia de leyes y de derechos? ¿No será la religión cristiana?
[Y] puesto que el cristianismo es universalista, implica una in-diferencia
esencial de todos los seres humanos […] Así pues, en una primera etapa Las
Casas comprueba que, desde el punto de vista doctrinario, la religión cristiana
puede ser adoptada por todos […] Pero inmediatamente después va a
afirmar que todas las naciones están destinadas a la religión cristiana, y da
así el paso que separa la potencia del acto” (Todorov, 1989: 174-175).
Por
ello, Las Casas sostiene que los indios americanos están provistos de rasgos
cristianos (en condición “salvaje”) y que deben reconocérseles como
precondición para adquirir la cristiandad, pues sólo les falta conocer la
verdadera fe por medio de los predicantes españoles.
Si
bien, el último Las Casas fue implacable en su intento por alcanzar el
reconocimiento del otro/indio9, sigue considerando al cristianismo como un
valor supremo, universal y civilizante, hasta su muerte. En este sentido, tal
como señala Todorov:
“[Bartolomé de
Las Casas] dejó un cuadro imborrable de la destrucción de los indios, y cada
una de las líneas que han sido dedicadas desde entonces –incluyendo éstas– le
debe algo. Nadie supo como él, con la misma abnegación, dedicar una inmensa
energía y medio siglo de su vida a mejorar la suerte de los otros. Pero
el reconocer que la ideología asumida por Las Casas y otros defensores de los
indios es efectivamente una ideología colonialista no mengua en nada la
grandeza del personaje, sino al contrario. Justamente porque no podemos de
dejar de admirar al hombre, importa juzgar con lucidez su política”. (Todorov,
1989:186).
En
Ginés de Sepúlveda la cuestión del eurocentrismo es todavía más clara. Desde la
perspectiva de Enrique Dussel los argumentos del fraile dominicano son tautológicos
porque:
“…la definición
europea de probidad, inteligencia, virtud o humanidad necesariamente difiere de
las otras culturas. Declarar no humanos los contenidos de humanidad de otra
cultura (identificando los propios contenidos culturales con la universalidad
de la humanidad como tal) significa poder declarar inhumanas todas las otras
culturas por ser otras, y por ello siempre se podría legitimar la justicia de
una guerra contra los miembros de todas las otras culturas excepto de la propia”.
(Dussel, 2007: 197).
El
relato de Sepúlveda proporciona claras razones eurocéntricas para reservar el
término “sujeto” sólo a los españoles/europeos/varones/blancos y cristianos y,
por tanto, negar al otro/indio (feminizado e infiel) su calidad de “humano” con
capacidades asociadas a la civilidad.
En
Vitoria encontramos este rasgo universalizante y eurocéntrico en sus tesis con
relación a los derechos que deben guardar todos los seres humanos, pues en sus
conjeturas sobre el ordenamiento jurídico (válido para todos los pueblos del
orbe) hay una negación encubierta de los derechos del colonizado, ya que al
establecer ciertas concepciones jurídicas provenientes de la particular visión
europea –como único marco de derecho legítimo mundial– deja fuera aquellas
concepciones de mundo que no entran en las disposiciones de ese marco legal,
pretendidamente universal y claramente eurocéntrico.
Para
Vitoria, quien no se sume a dichos ordenamientos no sólo queda sin
reconocimiento a tener derechos, sino que además puede ser obligado,
legítimamente y por vía de la fuerza (o sea, de la guerra justa), a acatarlos.
En cambio, si los pueblos colonizados se someten a estos preceptos jurídicos de
carácter pretendidamente “universal”, permanecen en calidad de “sujetos
mutilados”, “incompletos”, es decir, feminizados.
Como
hemos visto hasta ahora, en los tres autores revisados encontramos (bajo la
peculiaridad de cada perspectiva asumida) una pretensión universalizante de la particular
experiencia europea, la cual niega al otro/ indio-india en su
carácter de “sujeto” con capacidad de autodeterminación. En Sepúlveda notamos
una absoluta y arbitraria negación de los/as indios/as como “sujetos”
civilizados; en Vitoria se forja la cancelación de los derechos –que otorgan la
calidad de sujeto– a las poblaciones Nuestroamericanas, pues esos derechos se
los atribuyen sólo a los que asumen el marco jurídico paneuropeo; y en Las
Casas notamos una sobrevaloración de los/as indios/as (que son vistos como
“buen salvaje”), percepción que también los/las oculta y niega pues, por lo menos
en su primera etapa indiófila, no los reconoce desde los propios parámetros
indianos.
Así,
estamos ante tres visiones sobre lo indio, que atraviesan por el debate de la
esclavitud (bestialización) y la feminización (encubrimiento) del “otro”/a como
elementos sustantivos de la colonialidad paneuropea. El común denominador de
estos tres discursos es la negación del “sujeto” indio/a o, en su defecto, la
aceptación del indio/a, siempre que deje de serlo.
Hay
buenas razones para afirmar que la deshumanización del indio/a (que se imprime
en la negación del mismo) tiene como ejes centrales la feminización y el uso de
una violencia misógina-genocida contra las poblaciones colonizadas y
conquistadas.
Este
postulado es mucho más cercano a las experiencias históricas que desde el siglo
xvi se cristalizan en Nuestramérica, pues nos remite a la gradación vertical de
la condición de humanidad, en la cual se intersectan la condición de:
raza/sexo-género/etnia y clase.
Tal
como señala Breny Medoza:
“La
“humanización” del amerindio no tuvo ninguna repercusión tangible en sus vidas.
Representó apenas un cambio en su estatus legal dictado por la lejana Castilla.
Ni la
“deshumanización” del esclavo africano puso punto final a la violencia atroz
contra los amerindios. Los amerindios, los esclavos africanos, y la población
mestiza que se originó de las violaciones masivas de las mujeres indígenas,
jamás lograron alcanzar el estatus ontológico de ser humano de los europeos.
Los discursos teológico-legales de los “derechos de las gentes”, que
aparentemente pretendían establecer una ética de no violencia en el Nuevo
Mundo, no pudieron cambiar para nada el comportamiento abusivo y de explotación
hacia las poblaciones no blancas. El reconocimiento formal de los “derechos de
las gentes” no logró detener el desarrollo de un ethos social
caracterizado por la violencia, la ausencia de la ley, y la impunidad por parte
de los colonizadores europeos, y también fue incapaz de ponerle un límite a la
vulnerabilidad física o como dice Butler […] parafraseando a Levinas, a “la
vida precaria” o a “las invivibles vidas” de las gentes del Nuevo Mundo”. (Mendoza, 2007: 89).
Y
no repercute en nada en la vida de las poblaciones no blancas colonizadas
porque al indio/a no se le “humaniza”, sino que se le feminiza, es decir, su
carácter “otro” (bestial, inhumano, semihumano, etc.) se ve intercambiado o
equiparado por el de ser mujer, es decir, como un sujeto inferiorizado y
“penetrable”.
Al
respecto, Nelson Maldonado-Torres plantea que:
“El
“descubrimiento” y la conquista de las Américas fue un evento histórico con
implicaciones metafísicas, ontológicas y epistémicas. Para cuando se llegó a
una decisión con respecto a la pregunta sobre la justicia de la guerra contra
las poblaciones indígenas en las Américas, los conquistadores ya habían
establecido una forma peculiar de relacionarse con los pueblos que éstos
encontraban. Y la forma como lo hacían no se adhería a los estándares éticos
que regían en sus respectivos reinos […] Como bien se sabe, tal situación excepcional
[en Nuestramérica] gradualmente perdió su excepcionalidad, y se volvió
normativa en el mundo moderno. Pero antes de que ganara aceptación general y se
convirtiera en una dimensión constitutiva de la nueva episteme reinante, la
excepcionalidad era mostrada por la forma como los colonizadores se comportaban
en relación con los pueblos indígenas y las comunidades negras esclavizadas. El
comportamiento que dominaba tales relaciones coincidía más con las acciones de
los europeos en guerra, que con la ética que regulaba sus vidas con otros
europeos cristianos en situaciones normales de convivencia”.
Cuando
los conquistadores llegaron a las Américas no aplicaron el código ético que
regulaba su comportamiento en sus reinados. Sus acciones eran reguladas por la
ética o, más bien, por la no-ética de la guerra… “[Pero] lo que ocurrió en las
Américas no fue sólo la aplicación de esa ética, sino una transformación y
naturalización de la no-ética de la guerra, llevada hasta el punto de producir
una realidad definida por la condena”. El colonialismo moderno puede entenderse
como condena o vida en el infierno, caracterizada por la naturalización de la
esclavitud, ahora justificada en relación con la constitución biológica y
ontológica de sujetos y pueblos, y no solamente por sus creencias. Que seres
humanos puedan convertirse en esclavos cuando son vencidos en guerra se
traduce, en las Américas, en la sospecha de que los pueblos conquistados, y
luego los pueblos no-europeos en general, son constitutivamente inferiores y,
por lo tanto, deben asumir la posición de esclavos y siervos… Sugiero aquí que
en cuanto toca a la concepción de sujetos, el racismo moderno, y por
extensión la colonialidad, puede entenderse como la radicalización y naturalización
de la no-ética de la guerra. Esta no-ética incluyó prácticas de
eliminación y esclavización de ciertos sujetos –particularmente, pero no
únicamente, indígenas y negros– como parte de la empresa de la colonización.
La
expresión hiperbólica de la colonialidad incluye el genocidio, el cual
representa el paroxismo mismo del ego conquiro/cogito –un mundo
en el que éste existe solo–. La guerra, sin embargo, no trata sólo de matar y
esclavizar al enemigo. Ésta incluye un trato particular de la sexualidad
femenina: la violación. La colonialidad es un orden de cosas que coloca a la
gente de color bajo la observación asesina y violadora de un ego vigilante. El
objeto privilegiado de la violación es la mujer. Pero los hombres de color
también son vistos con estos lentes. Ellos son feminizados y se convierten para
el ego conquiro en sujetos fundamentalmente penetrables
(Maldonado-Torres, 2007: 137-138).
Como
se expresa en lo expuesto, para Maldonado- Torres la división entre ser
“sujeto” o no serlo no sólo es fundamental para la propia compresión de la
colonialidad y la ética o no-ética que se hereda de la conquista de los
“nuevos territorios”, sino también algo que los teóricos des-coloniales casi
siempre dejan de lado, o no consideran como elemento central en la conformación
de colonialidad: la misoginia del proyecto civilizatorio moderno-colonial.
Siguiendo
a Joshua Goldstein, Nelson Maldonado-Torres refiere la conquista de
Nuestramérica “como una extensión de la violación y explotación de las mujeres
en tiempos de guerra” y reproduce lo que Goldstein (2007) considera necesario
para entender la imposición colonial: “1) la sexualidad masculina como causa de
la agresión; 2) la feminización de enemigos como dominación simbólica; y 3) la
dependencia en la explotación del trabajo de la mujer” (139). El argumento de
Maldonado-Torres es que:
“…estos tres
elementos se combinan poderosamente, y se naturalizan en relación con la idea
de la inferioridad intrínseca de sujetos de color, en la idea de raza que
comienza a emerger y a propagarse de forma global a partir de la conquista y
colonización de las Américas. El escepticismo misantrópico define a sus objetos
como entes sexuales racializados. Una vez que los tales son vencidos en la
guerra, se les ve como perpetuos sirvientes o esclavos, y sus cuerpos vienen a
formar parte de una economía de abuso sexual, explotación y control. La ética
del ego conquiro deja de ser sólo un código especial de comportamiento,
que es legítimo en periodos de guerra, y se convierte en las Américas –y
gradualmente en el mundo entero–, por virtud del escepticismo misantrópico, la
idea de raza y la colonialidad del poder, en una conducta que refleja la forma
como las cosas son (una lógica de la naturalización de diferencias
jerarquizadas socialmente, que alcanzará su clímax en el uso de las ciencias
naturales para validar el racismo en el siglo xix). La concepción moderna del
mundo está altamente relacionada con la idea del mundo bajo condiciones de
conquista y guerra. La modernidad se caracteriza por una ambigüedad entre cierto
ímpetu humanista secular y la traición radical de ciertas dimensiones de ese
mismo ímpetu, por su relación con la ética de la guerra y su naturalización a
través de la idea de raza. La idea de raza legitima la no-ética del guerrero,
mucho después que la guerra termina, lo que indica que la modernidad es, entre
otras cosas, un proceso perpetuo de conquista, a través de la ética que es
característica de la misma”. (Maldonado-Torres, 2007: 139).
Si
bien la argumentación del artículo de Maldonado- Torres gira en torno a la
“colonialidad del ser” y las derivaciones de la colonialidad10 con relación a
la experiencia racial, para efectos de nuestro trabajo recuperamos sólo algunos
fragmentos en que se encuentran el proceso de feminización con el de
racialización de los pueblos colonizados, pues en esta cuestión consideramos
que el filósofo de origen puertorriqueño apunta con toda claridad a uno de los
nudos problemáticos de la colonialidad como modelo de poder que “está en el
corazón mismo de la experiencia moderna” (Maldonado-Torres, 2007: 132).
Quizá
el único problema que encontramos en el razonamiento de Maldonado-Torres (así
como en el de Dussel, Lander, Quijano y otros tantos intelectuales
latinoamericanos que han realizado importantes aportes al debate), es que si
bien identifican el proceso de feminización del otro-colonizado (o sea,
del indio/a y las poblaciones africanas secuestradas de sus pueblos y traídas
por la fuerza a las Américas), lo asumen como una consecuencia, y no como un lugar
de partida; es decir, no lo ven como un elemento constitutivo de la
colonialidad, del sistema mundo-moderno-colonialista y de su ethos universalizante.
En este sentido, sostenemos que la misoginia es un elemento sustantivo
de la violencia genocida perpetrada contra las poblaciones colonizadas, tal
como lo han señalado algunas autoras feministas11.
Con
Nelson Maldonado-Torres compartimos los postulados que apuntan a exponer la
clara articulación entre la feminización/sexualización y la racialización de
las poblaciones colonizadas12, en la medida en que el proceso de
inferiorización de los otros atraviesa por el uso de mecanismos y dispositivos
de sometimiento que convierten a los amerindios y a las poblaciones africanas
traídas a Nuestramérica en objetos “sexuales racializados” y a sus cuerpos en
objeto del “abuso sexual, explotación y control” (Maldonado-Torres, 2007).
Pero
más allá de lo planteado por ese autor, consideramos que hacer visible la feminización
del otro/indio y la misoginia inscrita en la violencia
genocida, no sólo como “códigos de comportamiento”, sino como elementos
constitutivos del ethos colonial moderno, nos permiten una compresión de
las relaciones estructuradas por el orden colonial, pues éstas explican la
articulación transversal entre la condición de raza y la condición de
sexo-género.
Es
preciso señalar que nuestra insistencia por revelar esta dimensión del problema
no tiene como pretensión que lo “femenino” se apropie de toda exclusión, pero
estamos convencidas que entender el proceso de feminización de lo indio
nos permitirá iluminar y desmontar algunas de las fronteras que, hoy por hoy,
establecen exclusiones en nuestras regiones.
En
este sentido consideramos, junto con Rita Segato, que:
“A pesar de que
la colonialidad es una matriz que ordena jerárquicamente el mundo de forma
estable, esta matriz tiene una historia interna: hay, por ejemplo, no sólo una
historia que instala la episteme de la colonialidad del poder y la raza como
clasificador, sino también una historia de la raza dentro de esa episteme, y
hay también una historia de las relaciones de género dentro mismo del cristal
del patriarcado”. (Segato, 2010: 9).
Más
recientemente, las teóricas e intelectuales feministas de Nuestramérica han
logrado posicionar este debate, es decir, el relativo al “cruce entre
colonialidad y patriarcado, y las originaciones que de éste se derivan: el patriarcado
colonial moderno y la colonialidad de género” (Segato, 2010: 1).
María Lugones (2008), por ejemplo, realiza un análisis muy interesante respecto
al cruce entre las categorías género/ raza y colonialidad del poder (término
acuñado por el peruano Aníbal Quijano), para explicar la configuración del
“sistema moderno-colonial de género”:
“En este
proyecto, llevó a cabo una investigación que acerca dos marcos de análisis que
no han sido lo suficientemente explorados en forma conjunta. Por un lado, se
encuentra el importante trabajo sobre género, raza y colonización que
constituye a los feminismos de mujeres de color de Estados Unidos, a los
feminismos de mujeres del Tercer Mundo y a las versiones feministas de las
escuelas de jurisprudencia Lat Crit y Critical Race Theory. Estos marcos
analíticos han enfatizado el concepto de interseccionalidad y han
demostrado la exclusión histórica y teórico-práctica de las mujeres no-blancas
de las luchas liberatorias llevadas a cabo en el nombre de la Mujer. El otro
marco es el introducido por Aníbal Quijano y que es central a sus análisis del
patrón de poder global capitalista. Me refiero al concepto de la colonialidad
del poder […] que es central al trabajo sobre colonialidad del saber, del ser y
decolonialidad. Entrelazar ambas hebras de análisis me permite llegar a lo que
estoy llamando, provisoriamente, “el sistema moderno-colonial de género”. Creo
que este entendimiento del género está presupuesto en ambos marcos de análisis
en términos generales, pero no está expresado explícitamente, o en la dirección
que yo considero necesaria para revelar el alcance y las consecuencias de la
complicidad con el que motivan esta investigación. Caracterizar este sistema de
género colonial/moderno, tanto en trazos generales, como en su concretitud
detallada y vívida, nos permitirá ver la imposición colonial, lo profundo de
esa imposición. Nos permitirá la extensión y profundidad histórica de su
alcance destructivo. Intento hacer visible lo instrumental del sistema de
género colonial/moderno en nuestro sometimiento –tanto de los hombres como de las
mujeres de color– en todos los ámbitos de la existencia. Y, a la vez, el
trabajo hace visible la disolución forzada y crucial de los vínculos de
solidaridad práctica entre las víctimas de la dominación y explotación que
constituyen la colonialidad. Mi intención es también brindar una forma de
entender, leer y percibir nuestra lealtad hacia este sistema de género”.
(Lugones, 2008: 77).
Sin
duda, el debate feminista que se ha desarrollado en las últimas décadas en
Nuestramérica –así como el de las “negras”, mujeres de color, lesbianas,
chicanas e indígenas del sur al norte de América– es fundamental, pues desde
una “comprensión situada del conjunto de relaciones estructuradas por el orden
colonial” (Segato, 2010: 2) y poscolonial capaz de develar los múltiples
mecanismos que operan en la subordinación de mujeres y hombres que habitamos el
mal llamado “Tercer Mundo”, sino que ofrecen alternativas desde la concreción
misma de las realidades que actualmente vivimos mujeres y hombres en esta
Nuestramérica.
En
este sentido, los trabajos de algunas feministas van más allá de la sola
deliberación argumentativa; quizá lo más valioso es que se articulan con
procesos y eventos que nos indignan y preocupan a las mujeres y a las
poblaciones indígenas, mestizas y afrodescendientes. Por ejemplo, en un
fragmento del artículo de Breny Mendoza se explicita la coetaneidad y
persistencia del discurso teológico y la ética constituida desde siglo xvi en
la condición de violencia asesina en la que viven miles de mujeres en México y
Centroamérica:
“En América
Latina hoy, los discursos de modernización, capitalismo y democracia nos
recuerdan los discursos del siglo dieciséis de “los derechos de las gentes.”
Ambos ocultan el rostro del sufrimiento humano. El trabajo tedioso de las
“manos menudas” de las mujeres de la maquila, la pobreza de millones de mujeres
trabajadoras y sus familias, los cuerpos violados y mutilados de mujeres
jóvenes en México y Centroamérica pueden ser vistos como sucesores de los
esclavos, sirvientes y mujeres indígenas en el siglo veintiuno. Los cuerpos
violados y mutilados que abundan en las primeras páginas de los diarios locales
en México y Centroamérica son testimonio de la distorsionada ética “humanista”
del siglo dieciséis que persiste en la lógica contemporánea de la democracia y
economía neoliberal”. (Mendoza, 2007: 91-92).
El
esfuerzo reflexivo que aquí se presenta se inscribe en esta apuesta política y
epistémica; es decir, en explicitar los desplazamientos teóricos que se
requieren para ver desde esta “otra”/nuestra mirada los procesos que se
enmarcan en las luchas por las autonomías, tanto de los pueblos originarios de
estas tierras como de las mujeres, y reconocer a estos sujetos como
políticamente relevantes.
Si
bien sabemos que existe una producción bastante sólida que establece una
conexión directa entre la conquista de América, la configuración de la
colonialidad y la Modernidad, consideramos indispensable: a) reconocer las
implicaciones de la feminización13 de lo indio y el carácter misógino y
androeurocéntrico del ethos moderno, y b) hacer una recuperación de los
aportes que los feminismos decoloniales y nuestroamericanos ofrecen a esta
reflexión14.
Consideraciones
finales: la feminización como negación de lo indio
Para algunos teóricos latinoamericanos, como Edgardo
Lander, la conquista y colonización de Nuestramérica es el momento fundante de:
“…dos procesos
que articuladamente conforman la historia posterior: la modernidad y la
organización colonial del mundo. Con el inicio del colonialismo en
América comienza no sólo la organización colonial del mundo sino
–simultáneamente– la constitución colonial de los saberes, de los lenguajes, de
la memoria y del imaginario”. (Lander, 1993: 16).
Por
otra parte, para autores como Enrique Dussel, desde el momento mismo del
“descubrimiento de América” se va conformando –de forma discursiva y subjetiva–
un Yo/occidental que sólo pudo autoconstituirse “cuando Europa estaba en una
posición tal como para plantearse a sí misma contra otro”, es decir que:
“Europa pudo autoconstituirse con un unificado ego, explorando, conquistando,
colonizando una alteridad que le devolvía una imagen de sí misma. Ese otro, en
otras palabras, no fue ‘descubierto’, o admitido, como tal, sino disimulado, o
‘encubierto’ ” (Dussel, 2001: 58).
De
acuerdo con esta tesis, la Modernidad como posibilidad se origina en los
burgos libres europeos del Medioevo, pero la Modernidad, “como
tal”, nace en el momento en que
Europa
se autoconstituye como un ego unificado, de tal forma que las
exploraciones y la conquista de América son parte fundamental “del proceso de
constitución de la misma subjetividad moderna” (Dussel, 2001: 60).
La
explosión del imaginario15 y la experiencia que surge de la conquista de
América, sin duda, marca el desarrollo posterior del “mundo colonial-imperial”
y de la propia Modernidad, pues crea las condiciones para que Europa alcance un
sentido de superioridad nunca antes experimentado en su historia. Así
que al siglo xvi no podemos verlo como:
“…un momento de
la “Edad Media” sino [como] el primer siglo de la Modernidad. Es la Modernidad
temprana en su primera etapa, la de una Europa que comienza su “apertura” a
un “nuevo mundo” que la “re-conecta” (por el Atlántico al Pacífico) con parte
del “antiguo mundo”, el asiático, constituyendo el primer “sistema
mundo”. Este siglo xvi es la “llave” y el “puente”, ya moderno, entre el
“mundo antiguo” y la formulación ya acabada del paradigma del “mundo moderno”. (Dussel, 2007: 193).
Según
Edgardo Lander (1993), durante este primer periodo temprano de la Modernidad se
producen los cambios pertinentes para dar paso a la “‘articulación de las
diferencias culturales en jerarquías cronológicas’ y a lo que Johannes Fabian
llama la negación de la simultaneidad” (p. 16).
Pero
no olvidemos que para los autores del autodenominado grupo de la
modernidad-colonialidad, el sistema/mundo que resulta de este complejo proceso
colonial, donde se intersecta etnocentrismo, esclavitud y racialización, “tiene
como supuesto básico el carácter universal de la experiencia europea”
(Lander, 1993: 16).
A
la luz de lo anterior, tanto el legado de los filósofos contractualistas
liberales (Locke, por ejemplo) como la obra de Hegel son –para Lander– paradigmáticos,
ya que al instituir:
La
noción de universalidad a partir de la experiencia particular (o parroquial)
de la historia europea y realizar la lectura de la totalidad del tiempo y el
espacio de la experiencia humana a partir de esta particularidad, se erige una
universalidad radicalmente excluyente (1993: 16-17).
Pero
además “universalidad que otorga a los pueblos occidentales la calidad única y
exclusiva de portadores de la razón universal y del desarrollo del Espíritu
del mundo” (Dussel, 2001).
Sin
duda, lo anterior se articula con la derrota militar16 que sufrieron las
poblaciones amerindias a manos de los españoles, pues lo anterior les permitió
a los ibéricos “tener una pretensión de superioridad que nunca antes había
experimentado ante el mundo árabe, indostánico o chino, más desarrollado”
(Dussel, 2007: 194). Sin embargo –y en este punto queremos detenernos– ese/a
“otro”/a derrotado/a y dominado/a fue mirado/a y figurado/a desde sus propios
parámetros. Tal como señala Dussel:
“En realidad
(los conquistadores y colonizadores) no ‘vieron’ al indio: imaginaron (a esos)
otros que portaban en sus recuerdos de europeos. El otro era interpretado desde
el ‘mundo’ europeo; era una ‘invención de Europa’. Ese indio fue visto como la
alteridad europea, como el ‘infiel’ que durante mil años había luchado contra
el cristianismo en el Mediterráneo. Por ello fue violentamente atacado,
desarmado, servilmente dominado y rápidamente diezmado”. (2007: 194).
Pero
el “otro-dominado” más inmediato no son ni los moros ni los chinos o los
indonesios, sino las mujeres. En ese sentido, ese “otro” (el indio/a) –como
dice Dussel– no fue visto en realidad, sino encubierto bajo el halo del
imaginario de lo femenino-sometido. Así, antes que ver a los/as indios/as como
el Otro-lejano, los vieron como ese Otro-cercano (las féminas), que fue el
punto de partida (el original hecho calca) desde el cual pensaron e imaginaron
al otro-lejano (del mundo árabe, oriental, americano, etc.). Así, la primera
alteridad del español-dominador es la mujer-dominada, antes que el otro-‘infiel’,
no dominado plenamente antes de la conquista de América (el infiel árabe,
chino, asiático, etc.).
Recordemos
que desde la argumentación de Dussel, Europa hasta antes de la Conquista era la
periferia y todavía no construía una subjetividad dominadora; es con la
Conquista que construye un Yo-dominador/conquistador, por tanto, su único
referente de dominio real (institucionalizado por leyes naturales) lo encuentra
en las relaciones dominio/ subordinación entre hombres y mujeres, adultos e
infantes, amos y esclavos17.
Así,
la experiencia de la conquista de los mal llamados “Nuevos Territorios”
constituye la posibilidad de feminizar legítimamente al otro, o sea al indio/a.
Pero no podemos obviar que “Una vez probada la inhumanidad del indio, y por
ello la justificada guerra invasora de los europeos, el territorio quedaba
‘vacío’ de toda cultura civilizada para su posible ocupación ‘modernizadora’ ”
(Dussel, 2007: 198). Por tanto, con la conquista de América surge una nueva
conciencia planetaria que reorganiza el espacio: “[la] terra mater de
las culturas amerindias y del ‘mundo antiguo’ europeo habían muerto, y en su
lugar reinaba la espacialidad ‘vacía’ y abstracta, que el extranjero dominador
[el europeo moderno] había de ocupar” (Dussel, 2007: 198).
Tal
como sugiere Dussel (2207), citando a Schmitt, “lo esencial y lo decisivo para
los siglos posteriores fue el hecho del que el Nuevo Mundo no pareciera como un
nuevo enemigo, sino como un espacio libre, [es decir] como un espacio
libre para ocupación y la expansión europea” (198).
Respecto
al debate sobre el lugar de la ausencia, Todorov plantea (al igual que Schmitt)
que en la perspectiva de Sepúlveda “la falta de dinero, vestido… [o] bestias de
carga, implican el predominio de la presencia frente a la ausencia, de lo
inmediato frente a lo mediatizado. En este punto preciso es donde podemos ver
cómo se cruza el tema de la percepción de otro” (Todorov, 1989: 170).
Al
ser América un territorio de ausencias, vacancias y “a disposición del primer
colono que llegue y se establezca”, entonces “ni la ocupación efectiva sirve
para generar derechos” (Lander, 1993: 17). En este sentido sólo se puede
concluir que Nuestramérica se convierte también en un territorio feminizado, a
la vez que en un territorio feminizante, es decir, es el primer terruño que se
feminiza legal y legítimamente desde los cánones modernos.
Pero
no sólo eso, pues la concepción de “lo indio” y la América (feminizados) que se
formula a partir del siglo xvi permiten construir una visión hegemónica de la
cosa pública (de carácter particular, pero universalizante)18 que se incorpora
a las grandes narrativas desarrolladas y formalizadas entre los siglos xviii y
xix, principalmente con los teóricos liberales.
En
dichos meta-relatos Europa no sólo se autodefine como el centro
espacial-geográfico y temporal (el principio y el fin de la historia)19, sino
que también se atribuye la calidad de referente único, válido y universal, para
establecer las bases éticas de la acción pública. Asimismo se adjudica la autoridad
práctica –a través de la jurisprudencia– para definir quiénes tienen
posibilidad de acceder a la noción de “sujeto político” y a la ciudadanía, y
quiénes no.
Tal
como señala Bartolomé Calvero en su análisis sobre el pensamiento
constitucional:
“Ya no es sólo
que el indígena se encuentre en una posición subordinada. Ahora resulta que no
tienen sitio ninguno si no se muestra dispuesto a abandonar completamente sus
costumbres y deshacer enteramente sus comunidades para conseguir integrarse al
único mundo constitucionalmente concebible del derecho”. (Lander, 1993: 18).
En
concordancia con esto, las formas en las que se establecen tanto el
ordenamiento de los derechos universales en el discurso del liberalismo clásico
como la concepción de lo público/político corresponden, en todo momento, a los
discursos y las sinergias20 que desde 1492 encumbraron los valores
europeos/occidentales como universalesglobales y androcéntricos-racializados;
al mismo tiempo que derivan en una particular concepción del quehacer público o
político y de quienes, en calidad de “sujetos” autorizados
(varones/europeos/blancos), tienen posibilidad de acceder a los espacios
(certificados) de la “política”. Lo anterior nos plantea otra dimensión del
debate donde las teóricas e intelectuales feministas latinoamericanas han
hilado fino.
1 Vale
resaltar que Nelson MaldonadoTorres, en el artículo “Sobre la colonialidad de
ser: contribuciones al desarrollo de un concepto”, desarrolla –desde una
análisis deconstructivo de la epistemología cartesiana y la ontología El debate
sobre las y los amerindios: entre el discurso de la bestialización, la
feminización y la racialización heideggeriana– argumentos muy sólidos respecto
a cómo el escepticismo misantrópico (entendido como sospecha sobre la humanidad
de los “otros” colonizados), el racismo y la exclusión ontológica son los
fundamentos de la colonialidad del ser y del saber. En este sentido plantea
que: “A partir de Descartes, la duda con respecto a la humanidad de otros se
convierte en una certidumbre, que se basa en la alegada falta de razón o
pensamiento en los colonizados/racializados” (2007: 145).
2
Para Aníbal Quijano, la distribución de estas identidades sociales
(encubiertas) es “el fundamento de toda clasificación social de la población en
América. Con él y sobre él se irían articulando, de manera cambiante según las
necesidades del poder en cada periodo, las diversas formas de explotación y de
control del trabajo y las relaciones de género (Quijano, 2001: 121).
3
Sobre los patrones de poder y dominación que se configuran desde la Conquista
de América, véase también Quijano (2001: 117-131).
4
Sobre el carácter esclavista del discurso de Sepúlveda, véase Dussel (2007).
5
Para Enrique Dussel los argumentos de autores europeos –que van de Ginés de Sepúlveda
hasta Locke y Hegel– se sintetizan en las siguientes premisas: “a)
nosotros tenemos ‘reglas de razón’ que son las reglas ‘humanas’ en general
(simplemente por ser las ‘nuestras’); b) el Otro es bárbaro porque no
cumple con estas ‘reglas de razón’; sus reglas no son ‘reglas’ racionales; por
no tener ‘reglas’ racionales, civilizadas, es un bárbaro; c) por ser
bárbaro (no-humano en sentido pleno) no tienen derechos; es más, es un peligro
para la civilización; d) y como a todo peligro debe eliminársele como a
un ‘perro rabioso’ (expresión usada posteriormente por Locke), inmovilizarlo o
‘sanarlo’ de su enfermedad; y esto es un bien; es decir, debe negársele por
irracional su racionalidad alternativa. Lo que se niega no es ‘otra
razón’ sino la ‘razón del Otro’. De esta manera, para el pretendido civilizado,
la guerra contra la barbarie sería siempre una ‘guerra justa’” (Dussel, 2007:
196).
6
Nos referimos al proceso de feminización y no de infantilización del
indio porqe la condición de infante es de carácter transitorio –en tanto que el
niño tarde o temprano accede a la edad adulta, momento en el que se pierde la
tutela paterna– mientras la condición de las féminas es permanente, pues aun
llegadas la edad adulta permanecen atadas a la “protección”/ dependencia del
varón/adulto, ahora en su calidad de esposo.
7
Recordemos que para Las Casa es “ilegítimo imponer a los indios un dominio
contra su voluntad, pero es igualmente ilícito al español escapar a la
responsabilidad de salvar indios predicándoles el cristianismo” (Dussel, 2007:
206).
8
Al respecto, Breny Mendoza señala que diversos historiadores interpretaban que
el reconocimiento formal de los indio como humanos (Bula papal de 1537) es
parte del proceso de legitimación de la ocupación colonial a través del
pretexto de la evangelización, pues: “Se pensaba que los seres que eran
considerados como bestias no podían ser elegidos para la conversión y sólo
“seres irracionales” podían calificar como “esclavos naturales”, según las
designaciones aristotélicas. De esta manera, para que los amerindios pudieran
ser convertidos, civilizados o colonizados con legitimidad, debían ser
concebidos ontológicamente según la concepción de ser humano preestablecida”
(Mendoza, 2007).
9
La visión tardía de Las Casas sobre el problema indiano resulta absolutamente
relevante, aunque, hay que decirlo fue minoritaria en su época. Para Enrique
Dussel (2007), el primer antidiscurso filosófico de la modernidad,
desarrollado como crítica a la expansión colonia europea, es nada menos
que el del viejo Las Casas.
10
Para Nelson Maldonado “la colonialidad se refiere, en primer lugar, a los dos
ejes del poder que comenzaron a operar y a definir la matriz espacio-temporal
de lo que fue llamado América. De acuerdo con Aníbal Quijano, estos dos ejes
fueron: La codificación de las diferencias entre conquistadores y conquistados
en la idea de ‘raza’, una supuesta estructura biológica que puso a algunos en
una situación natural de inferioridad con respecto a otros. Los conquistadores
asumieron esta idea como el elemento fundamental y constitutivo de las
relaciones de dominación que impuso la conquista […] El otro proceso fue la
constitución de una nueva estructura de control del trabajo y sus recursos,
junto a la esclavitud, la servidumbre, la producción independiente mercantil y
la reciprocidad, alrededor y sobre la base del capital y del mercado mundial
(Quijano) El proyecto de colonizar a América no tenía solamente significado
local. Muy al contrario, éste proveyó el modelo de poder, o la base misma sobre
la cual se iba a montar la identidad moderna, la que quedaría, entonces,
ineludiblemente ligada al capitalismo mundial y a un sistema de dominación,
estructurado alrededor de la idea de raza” (Maldonado- Torres, 2007: 131-132).
11
Respecto a este asunto vale señalar que las largas e incansables charlas con
Francesca Gargallo nos permitieron poner en el centro de esta lectura el papel
misógino del proyecto moderno que nace con la conquista de Nuestramérica.
12
Este planteamiento se deduce de una breve charla que sostuvimos en Ecuador, en
julio de 2011.
13
Hablamos de feminización más que de infantilizar a las/los indios, porque la
condición de infante es transitoria, mientras que la de ser mujer es permanente
y absoluta.
14
Por supuesto no son pocas las mujeres que han realizado reflexiones
pertinentes, entre ellas podemos mencionar a María Lugones, Yuderkys Espinosa,
Breny Mendoza, Rita Segato, Silvia Rivera Cusicanqui, Francesca Gargallo y
muchas otras.
15
Expresión que utiliza Enrique Dussel para referirse a los procesos de
transformación de la subjetividad europea.
16
Ver detalles de la derrota militar sufrida en manos de los españoles, en Dussel
(2007: 194).
17
Una muestra de ello es el propio debate teológico de Ginés de Sepúlveda y
Francisco de Vitoria que parte de los planteamientos de Aristóteles y se
desdobla también en el caso de la ecuación lascaniana fiel/infiel.
18
Es particular porque tiene como único referente la experiencia europea y
universalizante, en el sentido que guarda como pretensión imponer ciertos
valores a todos los pueblos del planeta, como si éstos fueran compartidos,
objetivos, racionales, universales, etc.
19
Véase Edgardo Lander, op cit., p. 16.
20
Cuando me refiero a sinergias recupero la noción de Jean Robert, quien
plantea que cuando la simbiosis entre más de dos cuerpos o elementos es tan
sólida, que crea un tercer tipo de ser o elemento, se puede hablar de sinergia.
Referencias
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E. (2007). Política de la liberación. Historia mundial crítica. Madrid:
Editorial Trotta.
Dussel,
E. (2001). “Eurocentrismo y modernidad (Introducción a las lecturas de
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Maldonado-Torres,
N. (2007). “Sobre la colonialidad de ser: contribuciones al desarrollo de un
concepto”. En: Castro-Gómez, S. y Grosfoguel, R. (Eds.), El giro decolonial.
Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo
global (127-167). Bogotá: Siglo del Hombre Editores - Universidad Central –
Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos y Pontificia Universidad
Javeriana - Instituto Pensar.
Mendoza,
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desde Latinoamérica posoccidental”. Encuentros, Revista Centroamericana de
Ciencias Sociales, 6, 85-93.
Quijano,
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En Mignolo, Walter (Comp.), Capitalismo y geopolítica del conocimiento. El
eurocentrismo y la filosofía de la liberación en el debate intelectual
contemporáneo (117-131). Buenos Aires: Ediciones del Signo/Duke
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Segato,
R. L. (2010). “Género y colonialidad: en busca de claves de lectura y de un
vocabulario estratégico descolonial”. De próxima aparición en: Quijano, Aníbal
(1-30) y Mejía Navarrete, Julio (Eds.), La cuestión descolonial. Lima:
Universidad Ricardo Palma-Cátedra América Latina y la Colonialidad del Poder.
Todorov,
T. (1989). La conquista de América. El problema del otro. México:
Siglo XXI.
Por:
La Dra. Karina Ochoa Muñoz
https://www.comunalizarelpoder.com.ve/sentidos-comunes/decolonialidad-del-poder/modulo-3-0
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