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Henry Wallace, Vicepresidente de los EE.UU

 

Henry A Wallace, fue un político estadounidense. Llegó a ocupar los cargos de trigésimo tercer Vicepresidente de los Estados Unidos, secretario de Agricultura y secretario de Comercio. En la elección presidencial estadounidense de 1948, fue candidato por el Partido Progresista. Fue escritor y autor de varios libros. También fue Horticultor. 


“El fascismo americano” 

Por Henry Wallace Vicepresidente de EEUU 

Publicado en la revista Bohemia, La Habana, 21 Mayo 21,1944. 

Al regresar de mi viaje al oeste en el mes de febrero, recibí una petición del “Times”, de New York, para que escribiera un artículo contestando a las siguientes preguntas: 

- ¿Qué es el fascismo?

- ¿Cuántos fascistas tenemos?

- ¿Son muy peligrosos? 

Fascista es aquel cuyo afán de dinero y poder está combinado con tal intensidad de intolerancia hacia los de otras razas, partidos, clases, religiones, culturas, regiones o naciones, que se torna implacable en el uso del engaño o la violencia para conseguir sus fines. 

El dios supremo de un fascista, hacia el cual dirige todos sus propósitos, puede ser el dinero o el poder; puede ser una raza o una clase; puede ser una camarilla militar o un grupo económico; o puede ser una cultura, religión o partido político. 

El tipo perfecto de fascista en los últimos siglos ha sido  el “junker prusiano, que desarrolló tal odio hacia otras razas y tal fidelidad a una camarilla militar, que siempre ha estado dispuesto a emprender cualquier grado de engaño y violencia necesarios para imponer al mundo  su raza y su cultura. En todas las naciones grandes del mundo hay, al menos, unos pocos que tienen el temperamento fascista. Todo antijudío, todo enemigo de los católicos, es un fascista de corazón. Los maleantes que han venido profanando iglesias, catedrales y sinagogas, en algunas de nuestras grandes ciudades, son material maduro para el líder fascista. 

Los tipos evidentes de fascistas americanos son divulgados  por la radio y por la prensa. Estos demagogos y agentes tienen fachadas tan significativas como otros miles que jamás han sido mencionados. El fascista americano realmente peligroso no es aquel que está conectado directa o indirectamente con el Eje. Estos están fichados por el Buró Federal de Investigación. 

El fascista americano peligroso es el hombre que quiere hacer en los Estados Unidos, y a estilo americano, lo que Hitler hizo en Alemania, al estilo prusiano. El fascista americano preferiría no usar la violencia. Su método es envenenar los canales de la información pública. Para el fascista, el problema no está jamás en cómo presentar mejor la verdad al público, sino en cómo utilizar mejor las noticias para engañar al público y hacer que dé al fascista y a su grupo más dinero y más poder. 

Si definimos al fascista americano como el que en caso de conflicto pone su dinero y poder por encima de los seres humanos, entonces hay indudablemente varios millones de fascistas en los Estados Unidos. Hay probablemente varios cientos de miles, si estrechamos la definición de modo que sólo abarque a los que en su afán de dinero y poder son crueles y mentirosos. 

La mayoría de los fascistas americanos están apoyando entusiastamente el esfuerzo de guerra. Están haciendo esto aún en los casos en que esperan obtener conexiones provechosas con las empresas químicas alemanas después de la guerra. Son patriotas en tiempo de guerra porque ese es su interés, pero en tiempos de paz siguen al poder y al dólar a donde quiera que vayan. 

El fascismo americano no será realmente peligroso hasta que exista una alianza intencionada entre los consorcios, los deliberados envenenadores de la información pública y los que sustentan  a demagogos del tipo Ku Klux Klan. Cada año que pasa, sin embargo, el deliberado y sistemático envenenamiento de los canales públicos de información se está haciendo más evidente. 

Por el momento, los brotes anti-judíos, anti-negros, anti-católicos no son graves, pero, ¿quién puede decir lo que llegará a ser si el envenenamiento de la mente pública continúa, y si entramos en un período de grave crisis económica? 

La huella del fascismo europeo probablemente presentará  el más grave peligro post- bélico para nosotros y para la vida de la América Latina. El efecto de la guerra ha sido elevar el costo de la vida en la mayoría de los países latinoamericanos, mucho más rápidamente que los salarios. Los fascistas, en la mayoría de los países latinoamericanos, dicen al pueblo que la razón de que sus salarios sean bajos en comparación con el costo de la vida está en el imperialismo yanqui. Los fascistas en América Latina aprenden a hablar y actuar como los nativos. Nuestras empresas químicas y otras, están con frecuencia dispuestas a dejar que los alemanes disfruten de los mercados latinoamericanos con tal de que las compañías americanas puedan llegar a un acuerdo que les permita cobrar altos precios al consumidor dentro de los EE.UU. Después de esta guerra, la tecnología habrá llegado a un grado tal que será posible para los alemanes, usando la América del Sur como base, causarnos muchas más dificultades en la  Segunda Guerra Mundial que en la Primera. Las camarillas militares y terratenientes, en muchos países latinoamericanos, hallarán atractivo financiero para colaborar con las empresas fascistas alemanas. 

El fascismo es una enfermedad mundial. Su más grande amenaza para los Estados Unidos vendrá después de la guerra, sea por la vía latinoamericana o dentro de los propios Estados Unidos. 

Otro peligro está representado por los que mostrándose partidarios, de labios afuera ,de la democracia y el bienestar común, en su insaciable afán de dinero y el poder que da el dinero, no vacilan en evadir subrepticiamente las leyes destinadas a salvaguardar al público de la extorsión monopolística. Los fascistas americanos de esta estampa se alinearon clandestinamente con sus equivalentes alemanes antes de la guerra, y aún ahora se están preparando para volver a empezar en el punto donde rompieron, después que termine la “desagradable” situación actual. 

Con el fin de facilitar el restablecimiento de estos carteles internacionales, estos fascistas están ahora empeñados, no siempre secretamente, en una campaña por subvertir la política democrática fundada en el principio de la libertad económica. Ellos procuran, nada más y nada menos, que una licencia para la aplicación todavía más rigurosa y cruel del principio de exprimir lo más posible , ligados con sus ex-socios del Eje. Se forjan la vana ilusión de que de este modo pueden poner de nuevo al hombre común a sus pies, y hacer que se mantenga suplicantemente “en su lugar”. La susceptibilidad a una alucinación de este tipo, es una de las señales más seguras de la mentalidad fascista. 

Los síntomas del pensamiento fascista están coloreados por el medio y adaptados a las circunstancias inmediatas, pero siempre y en todas partes pueden ser identificados por su atracción al prejuicio y por el deseo de aprovechar los temores y vanidades de diferentes grupos, a fin de escalar el poder. No es coincidencia que la propagación de  los tiranos modernos haya sido anunciada en cada caso por el desarrollo de alguna clase de prejuicio. Puede ser chocante para algunas personas de este país darse cuenta de que, sin quererlo, sustentan ideas en común con Hitler cuando predican la discriminación contra otros grupos religiosos, raciales o económicos. De igual manera muchas personas cuyo patriotismo es su más orgullosa jactancia, hacen el juego a Hitler diseminando la desconfianza hacia nuestros aliados, haciendo circular sospechas sin fundamento. 

Los fascistas americanos son fácilmente reconocibles por su deliberada perversión de la verdad y de los hechos. Sus periódicos y su propaganda cultivan cuidadosamente toda fisura y desunión, toda grieta en el frente común contra el fascismo. Usan toda oportunidad para impugnar la democracia. Usan el aislacionismo como grito de combate para ocultar su propio imperialismo egoísta. 

Cultivan el odio y la desconfianza hacia Rusia y la Gran Bretaña. Alegan ser súper-patriotas, pero destruirían todas las libertades garantizadas por la Constitución. Demandan libertad de empresa, pero son portavoces del monopolio y de los intereses creados. Su objetivo final, hacia el cual se dirige todo su engaño, es la toma del poder político a fin de que usando el poder del Estado y el poder del mercado, simultáneamente, puedan mantener al hombre del pueblo en eterna sujeción. 

Varios líderes de la industria en este país que han concebido una nueva visión  acerca del significado de la oportunidad por medio de la cooperación con el gobierno, han advertido abiertamente al público que hay algunos grupos egoístas en la industria que están dispuestos a entorpecer la estructura de la libertad americana para lograr ventajas temporales. Todos sabemos el papel que desempeñaron los carteles o consorcios en la elevación de Hitler al poder y la actuación dominante de los trusts alemanes en las conquistas nazis. Los monopolistas que  temen la competencia y  desconfían de la democracia porque sustenta igualdad de oportunidades, quisieran asegurar su posición contra las empresas pequeñas y enérgicas. En un esfuerzo por eliminar la posibilidad de todo grupo rival, algunos monopolistas quisieran sacrificar la propia democracia. 

La sinceridad de los monopolistas y cartelistas que niegan  sus tendencias fascistas, es fácil de probar. ¿Sustentan, en su política y en la práctica, los genuinos principios de la libertad de empresa, concediendo al que llega, al pequeño comerciante, al inventor, la oportunidad de empezar sin desventaja?  El monopolista no quiere rivales. Los cartelistas quieren regimentar el comercio existente, eliminar toda competencia e impedir el surgimiento de nuevas empresas. En otras palabras, los cartelistas y los monopolistas no creen en la democracia económica y, si fuera necesario, están dispuestos a ver morir la democracia política a fin de mantener su dominio sobre la vieja economía. 

Con mucha frecuencia las grandes empresas prestan involuntariamente ayuda al fascismo… (Ilegible, en la publicación original) … empobrecimiento y la derrota al pueblo italiano. Fue la afirmación de Adolfo Hitler de que había eliminado todo el desempleo en Alemania. Tampoco hay desempleo en un campo de concentración. 

La democracia interior para aplastar al fascismo, debe demostrar su capacidad de hacer “que los trenes lleguen a tiempo”. Debe desarrollar la capacidad de mantener al pueblo empleado en su totalidad, y al mismo tiempo, equilibrar el presupuesto. Debe poner los seres humanos primero, y los dólares después. Debe apelar a la razón y al decoro, y no a la violencia y al engaño. No debe tolerar un gobierno opresor ni una oligarquía industrial en la forma de monopolios y carteles. Mientras la investigación científica y el genio inventivo sobrepasen a nuestra capacidad para idear mecanismos sociales capaces de elevar el nivel de vida del pueblo, podemos esperar que aumente el potencial liberal  debidamente canalizado, y podemos esperar que aumente el radio de libertad de los Estados Unidos. El problema es acelerar el ritmo de los inventos del pueblo. 

Mientras los gobiernos económicos privados sofoquen la iniciativa e intenten controlar el desenvolvimiento económico, no es posible que se hagan verdaderos progresos en la democracia económica y política. Mientras fallemos en la solución del problema del desempleo; mientras el monopolio ahogue las oportunidades de inversión y el desenvolvimiento de una economía expansiva, el espectro del fascismo acompañará nuestros esfuerzos por promover el bienestar general. 

La milenaria lucha mundial entre el fascismo y la democracia no se detendrá cuando termine la lucha en Alemania y el Japón. La democracia puede ganar la paz solo si hace dos cosas: 

1- Acelerar el ritmo de los inventos económicos y políticos de modo que la producción y, especialmente la distribución, puedan unir, en su poder y efecto práctico sobre la vida diaria del hombre del pueblo, un inmenso y creciente volumen de  investigaciones científicas,  inventos mecánicos y  técnica administrativa.

2- Vivificar, con una mayor intensidad, los procesos espirituales que son la base y la esencia de la democracia. 

Es más probable que el segundo de estos requisitos sea desatendido. Nuestros colegios, debido a su preocupación por la ciencia, la historia, la economía y el atletismo, no estimulan suficientemente la mente de los jóvenes respecto de lo que es la esencia de la democracia y de la religión, la paternidad de dios y la hermandad del hombre. La democracia pudiera ser llamada la religión del bienestar general en acción. Contra los aspectos imperialistas internacionales del fascismo y los carteles tiene su propio tipo de internacionalismo: la política de buena vecindad. Pero la política de buena vecindad será sustituida por un nuevo fascismo sí, después de la guerra, hacemos como en la pasada: insistir sobre más altas tarifas y el pago punitivo de deudas que las naciones extranjeras tienen con nosotros. 

Los aspectos morales y espirituales de las relaciones personales tienen una influencia práctica que los llamados hombres prácticos niegan. Esta miopía respecto a la importancia del bienestar del individuo es la medida del fracaso de nuestras iglesias y escuelas en la enseñanza  de la significación espiritual de la genuina democracia. Hasta que la democracia, en efectiva y entusiasta acción,  no llene el vacío creado por el poder de los inventos modernos, es de temer que el fascismo aumente después de la guerra, tanto en los Estados Unidos como en el resto del mundo. 

El fascismo, en el mundo de la postguerra, inevitablemente pugnará con el imperialismo anglo-sajón y, después, propendrá hacia la guerra contra Rusia. Los fascistas americanos están hablando y escribiendo ya acerca de este conflicto y usándolo como excusa de sus odios e intolerancias internos hacia ciertas razas, credos y clases. 

Debería ser también evidente, por lo que se ha dicho aquí, que las manifestaciones de la marca nativa de fascismo no se limitan a ningún sector individual, clase o religión. Afortunadamente, puede decirse que hasta ahora el fascismo no ha alcanzado un lugar predominante en las ideas de ningún sector, clase o religión americanos. Puede encontrarse en los barrios más opulentos o en los más pobres. Algunos incluso sospechan que pueden descubrir trazas incipientes de él a lo largo del Potomac. Es una enfermedad infecciosa y debemos estar todos en guardia  contra la intolerancia, el fanatismo y la pretensión envidiosa. Pero si ponemos nuestra confianza en los hombres de sentido común y  “sin malicia para nadie y caridad para todos”, marchemos adelante hacia la gran aventura de hacer una realidad práctica de la democracia política, económica y social, entonces, no podremos fallar. 

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