"Las izquierdas se acomodaron, dejaron de saber estar en la calle"
Por
Boaventura de Sousa Santos (entrevista)
El académico, ensayista,
poeta y activista portugués reflexiona sobre las alternativas al modelo
neoliberal -capitalista, racista y sexista-, las izquierdas tensionadas y una
estructura global cruel que se agudiza cuando "todo se compra y todo se
vende, y tenemos una corrupción endémica en el sistema. Y por eso los
millonarios llegan al poder en varios países y otros, que no lo son, están al
servicio de los millonarios y de las élites de los países". Por eso,
analiza en esta entrevista, "la democracia está siendo descaracterizada en
todo este devenir, debido a esta separación entre el proceso político y el
proceso civilizatorio. Me parece que la pandemia, de alguna manera, muestra las
venas abiertas, como diría nuestro Eduardo Galeano, de esta separación".
El ensayista, académico
y poeta, Boaventura de Sousa Santos, dialogó con Palabra Pública.
Optimista trágico. Así
se describe, en tanto intelectual público, Boaventura de Sousa Santos (Coimbra,
1940). Dos conceptos que, articulados, nos hablan del siglo XX y de este
siglo que avanza, por un lado, en deshumanización/desdemocratización y, por
otro, en movimientos sociales y fuerzas de resistencia/acción. Es la tragedia y
la esperanza, como si dos tiempos colisionaran una y otra vez, y hoy, más aún,
en pandemia. Es la disputa del mundo de lo sensible, la emergencia, las
urgencias, el fascismo, la emancipación. Todo en el mismo segundo, mientras el
hambre no tiene respuestas en teorías vacías de calle. Todo tan real y
pragmático.
Desde Portugal, el
académico (sociología de las emergencias), ensayista (autor de textos como
Epistemologías del Sur, entre decenas de otros traducidos a varios idiomas),
activista (precursor del Foro Social y asesor de movimientos en diversos
países) y poeta dialogó con Palabra Pública y reflexionó a
partir de las izquierdas, la necesidad de refundar los Estados, la
intelectualidad situada, en contexto, los partidos de izquierda que se pierden
porque no caminan con el pueblo y la posibilidad colaborativa para nuevos
proyectos de sociedad.
Doctor en Sociología
por la Universidad de Yale (1973), ha sido un destacado catedrático en la
Universidad de Wisconsin-Madison, de Warwick y en la Universidad de Londres. Es
director emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra y
coordinador científico del Observatorio Permanente da Justicia Portuguesa.
Sus aportes abarcan,
entre otros, estudios poscoloniales, movimientos sociales, globalización,
sociología política, democracia participativa, reforma del Estado y derechos
humanos. Conoce bien la realidad de Europa, Brasil, Colombia, Mozambique,
Angola, Cabo Verde, Bolivia, Ecuador y, por mucho, la de Chile y nuestro
momento constituyente, donde las actuales condiciones estructurales están
determinadas por el neoliberalismo, un Estado subsidiario, instituciones
deslegitimadas o muy débiles y una cotidianeidad muy dura y desigual. De Sousa
–quien se prepara para publicar con Akal el libro El futuro como es empieza
ahora– ha dicho que, en el contexto de hoy, el virus se advierte a nivel global
“como un cruel pedagogo” que “nos da enseñanzas y lecciones, pero de la peor
manera posible: matando”.
Para él, “la esperanza
está en las iniciativas políticas desde la base social; han creado un ambiente
donde sea posible avanzar para otras luchas. En pandemia podemos lograr que no
se pierda el ímpetu transformador por el que estábamos caminando antes de la
pandemia, porque si no hay un escenario de transformación va a ser todavía peor
la vida. La normalidad es un infierno para la gran mayoría de la población y
será todavía peor, porque los Estados se endeudan ahora para cumplir todos los
costos de la pandemia, para proteger mínimamente la vida de la gente, se
endeudan con los mercados financieros. En Chile se decía ‘¡Basta!, nos robaron
todo, hasta el miedo’. Ya no hay campo para más austeridad, más ajustes. Si no
hay transformaciones, ni las democracias de bajísima intensidad van a resistir
y vamos a entrar en nuevas formas de despotismo y algunas viejas. Ahora mismo,
en Brasil tenemos un peligro de autogolpe con un presidente que es totalmente
incompetente para el cargo. Pero puede ser apenas una caricatura de lo que
sucedería en otros países si no hay cambios estructurales más fuertes”.
Boaventura, usted ha
escrito en su texto más reciente (La cruel pedagogía del virus) que esta crisis
mundial producida por la pandemia ocurre en un contexto de crisis estructural,
social, política, ambiental, donde los intelectuales y los políticos han
abandonado el campo de disputa de sentidos y no han bajado a la calle durante
años.
Hay que distinguir los
dos campos: el político y el intelectual. De alguna manera están conectados,
pero hay que distinguirlos porque son relativamente autónomos. El campo
político pasa por una crisis profunda porque ha estado desconectado de la vida
cotidiana, sobre todo de las clases populares, de sus aspiraciones, de sus
necesidades, de su sufrimiento ante una sociedad cada vez más cruel en sus
exclusiones, discriminaciones; una sociedad que he caracterizado como una
sociedad capitalista, colonialista y patriarcal. O sea, para mí, fue una
trampa del pensamiento crítico, inclusive del pensamiento marxista, pensar que
el colonialismo había terminado con las independencias. No terminó, cambió
de forma; siguió con otras formas, ya no la del colonialismo histórico como
ocupación territorial por un país extranjero, sino que las otras formas fueron
concentración de tierras, expulsión de indígenas de sus territorios ancestrales
y, sobre todo, racismo, obviamente. Y también son sociedades patriarcales,
porque la violencia contra las mujeres y otras orientaciones sexuales son
constitutivas de este modo de dominación. O sea, son tres las cabezas
dominantes: capitalismo, colonialismo y patriarcado, y una no existe sin las
otras. Es por eso que cuando una se hace más dura –por ejemplo, el capitalismo
se hace más excluyente porque los trabajadores tienen menos derechos, menos
empleos–, el colonialismo, el racismo y la expulsión de poblaciones indígenas
se hacen más duros; y el patriarcado se hace más duro con más violencia contra
las mujeres. Durante la pandemia el capitalismo pasa por una crisis dura,
obviamente, y con él aumentó también el racismo en las sociedades y la
violencia contra las mujeres.
¿Puede profundizar más
en la reflexión sobre que en ese campo (político e intelectual) existe una
distancia respecto de la vida cotidiana de los sectores que muchos de ellos
dicen representar o interpretar?
El capitalismo no se
sostiene sin el racismo colonial y sin el sexismo patriarcal. Entonces, estamos
en un momento en que estas tres formas son particularmente duras y estas formas
de dominación nos obligarían a pensar que, con tanta exclusión, con tanta
concentración de riquezas, una catástrofe ecológica inminente, deberíamos
pensar en alternativas anticapitalistas, anticolonialistas y antipatriarcales.
Pero los procesos políticos se rehusaron en los últimos cuarenta años a
discutir lo que serían estas alternativas, porque ellas conllevan la idea de un
debate civilizatorio al pensar en otra civilización que no es esta. Y el
neoliberalismo, desde los '70, exactamente con Chile con el golpe contra
Salvador Allende, con las dictaduras latinoamericanas, después todo el periodo
neoliberal de los '80 y '90 hasta hoy, han creado la idea de que no hay
alternativa al capitalismo y por eso, también, al colonialismo y al
patriarcado. Esta idea se hizo más fuerte con la caída del Muro de Berlín en
1989 y ya no se podía pensar ahí mismo en una alternativa socialista. El
capitalismo acababa de vencer en la historia. Y por eso nos metemos, por así
decir, en una cuarentena ideológica de que no hay alternativa. Se dejó de
discutir el proceso civilizatorio y por eso los procesos políticos se quedaron
en la política corriente de administrar, gerenciar la sociedad capitalista,
racista y sexista. Y por eso, para los políticos, las posibilidades de
alternativas dejaron de existir y por eso la política, de alguna manera, murió.
Dejamos de tener las grandes figuras políticas, los partidos se volvieron muy
distintos, ya no eran partidos con políticos que eran grandes intelectuales,
grandes políticos y activistas, con diferentes posiciones a la derecha y a la
izquierda, pero donde se debatía el proceso civilizatorio. En ese momento se
separó el proceso político del civilizatorio, pero este se siguió discutiendo
en movimientos sociales, marginales o marginados, silenciados, y salieron de la
agenda política de nuestras sociedades. Con esta falta de alternativa de
un debate civilizatorio serio, la política se hizo pequeña y los políticos se
hicieron pequeños, mediocres y, además, el neoliberalismo, exactamente
para empequeñecer la democracia, introdujo una serie de transformaciones que
descaracterizaron totalmente al proceso democrático.
“La derecha es incapaz
de proteger la vida”
De Sousa Santos
sostiene que los políticos disfrazan esta incapacidad de proteger la vida
“porque realmente la pandemia ha demostrado que el neoliberalismo es una
mentira: no se destina a hacer crecer la economía o crear empleo, nada de
eso; el neoliberalismo se destina a transferir riqueza de los pobres y de
las clases medias a los ricos, nada más que eso. Es un proceso de
transferencia muy poderoso y muy bien hecho. Y por eso, la ideología
fundamental del mercado, desde hace cuarenta años, es decir que es el gran
regulador de la vida social, que debemos privatizar las pensiones, la salud, la
educación, es un modelo y Chile es un modelo de todo esto, un campo, un
laboratorio muy fuerte”.
El modelo queda aún más
expuesto cuando sobreviene una pandemia…
Nadie va a pedir apoyo
a los mercados, a ese mercado que se dice que es el gran regulador, que
resuelve todos los problemas sociales y económicos; nadie va a pensar en las
grandes empresas, lo que se va a pedir es al Estado que los proteja, no que los
reprima. Pero el Estado ha sido incapacitado para proteger. El Estado dejó
de tener una política fiscal en la que los ricos deberían pagar más, se
permitieron los paraísos fiscales, el Estado privatizó la salud, las pensiones,
el Estado se hizo incapaz de proteger la vida. La pandemia nos ha mostrado
que realmente necesitamos refundar el Estado y por eso necesitamos
alternativas que deben tener una dimensión anticapitalista, antiracista y
antisexista. Y, de hecho, eso se había visto muy claramente en Chile cuando
empezó toda la protesta social antes de la pandemia y se abría el camino para
una asamblea constituyente popular, plurinacional y feminista.
Y en relación a los
intelectuales…
Durante el siglo XX
acumulamos mucha derrota de alternativas, de propuestas emancipatorias que
fracasaron, y todos estos proyectos tuvieron teóricos brillantes, con teorías
brillantes para transformar la sociedad. Cuando fracasaron los proyectos, la
culpa fue siempre de la práctica, nunca de la teoría. Los teóricos siguieron
con su prestigio, la gente siguió leyendo sus libros, como si la teoría
estuviera por encima de la práctica y fuera la práctica la responsable de todos
los fracasos. Llamamos a esto las teorías de vanguardia. Yo pienso que el
tiempo de la teoría de la vanguardia acabó. Como intelectual público me
considero un intelectual de retaguardia, al contrario de la vanguardia. Yo
paso la mitad de mi tiempo con los movimientos sociales, busco hacer una
escucha profunda para ver cuáles son las ansiedades, las angustias, las necesidades
de la gente y no imponer desde arriba, desde lejos, desde la alta cultura, una
solución como una receta, porque no hay recetas globales, para nada.
Teorías de retaguardia
Desde la emergencia
permanente y hoy agudizada se constata que la inseguridad en la que miles de
personas están sumidas hoy “llevó a que haya una distribución global de
miedo y de esperanza totalmente desigual en el mundo. La gran mayoría de
la gente tiene sobre todo miedo y muy pocas esperanzas. El uno por ciento tiene
una esperanza casi ilimitada de que sus privilegios van a mantenerse para
siempre; tiene, quizás, miedo, pero no se nota en nuestras sociedades. Nosotros
tendremos que devolver la esperanza a los que tienen sobre todo miedo, pero
para eso tenemos que meter miedo a los que tienen solamente esperanzas, a los
opresores”. Es así como sostiene que el/ la “intelectual no puede hacer eso con
sus teorías, lo que puede es trabajar con las organizaciones, con el pueblo,
con los movimientos sociales, para que sepan que el poder opresor tiene siempre
un punto débil, que la resistencia es posible y que nosotros tenemos capacidad
para hacer esa resistencia. Es eso lo que el intelectual público tiene que
hacer y eso, para mí, son las teorías de retaguardia, que no pueden ser teorías
iguales para cualquier parte del mundo porque hay contextos distintos”.
En todo el mundo
pareciera que se vive un cambio de época que tensiona la creciente
deshumanización y desdemocratización. Hay fuerzas ciudadanas, de los excluidos,
los “desterrados de la tierra”, de los ecologistas (que están adquiriendo
fuerza política hoy en Francia y antes en Alemania), que se han levantado para
construir desde abajo una posibilidad distinta y urgente al capitalismo y
neoliberalismo, patriarcado, racismo (depredadores de la vida). ¿Cómo ve esos
procesos?
Mis evaluaciones son
bastante positivas, porque realmente me parece que es por ahí que podemos
cambiar el mundo de alguna manera. Toda la cultura crítica eurocéntrica
está exhausta, no tiene soluciones. Desde hace más de diez años que hablo
de las epistemologías del sur, un sur epistémico y no geográfico que
trata de validar procesos de conocimiento nacidos en la lucha en contra del
capitalismo, el capitalismo y el patriarcado, y muchas veces no son
conocimientos científicos, sino que conocimientos populares. Pero la ciencia
tiene que dar cuenta de que hay otros saberes también en la sociedad. He
realizado lo que llamo la ecología de saberes. Y ese es un proceso
para empoderar también, validar, esos movimientos. Es lo que llamo las sociologías
de las emergencias. Por eso son importantes estas nuevas formas de
lucha. La izquierda dejó de saber hablar con estos grupos sociales de
derechos, dejó de hablar con la gente de las periferias de las ciudades;
quienes hablan con la gente, en el lenguaje de la gente de las periferias, son,
por ejemplo, los predicadores evangélicos, neoconservadores. Es la
estrategia imperial de los Estados Unidos desde 1969 la de ofrecer una
respuesta religiosa conservadora en contra de lo que era entonces la teología
de la liberación, católica, que tenía curas que estaban viviendo realmente en
los pueblos, en las fábricas. Las izquierdas se acomodaron demasiado en la
lucha institucional, dejaron de saber estar en la calle cuando hoy en día
no podemos, debido a la descaracterización democrática de los últimos cuarenta
años, confiar en las instituciones; no podemos abandonarlas, tampoco. Tenemos
que luchar con un pie dentro de las instituciones y otro pie fuera de ellas, en
la calle, en las plazas, en las protestas, en los paros, en las huelgas. Esto
puede ser algo que da esperanza.
https://www.uchile.cl/noticias/165659/entrevista-al-academico-y-poeta-boaventura-de-sousa-santos
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