AL DEBATE

Declaración de Buenos Aires. CELAC

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Jaime Delgado Rojas (Costa Rica)


La CELAC no ha muerto: Bolívar sigue entre nosotros (I)
 

La Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC) fue creada en el 2010 e integra a todas las naciones, grandes y pequeñas de Nuestra América. Hacia el final de la década su ímpetu se fue marchitado por el desinterés mostrado por los gobiernos más proclives a orbitar en torno a la política exterior norteamericana, sobre todo en la era Trump. La última presidencia pro-témpore le correspondió a México. 

Por Jaime Delgado Rojas 

La visita del Presidente de Argentina, Alberto Fernández a México y su encuentro con su homólogo Andrés Manuel López Obrador no pueden pasar desapercibidos. Tampoco los acuerdos y entendimientos a que llegaron ambos mandatarios, sobre todo, en torno a la situación política de Nuestra América. Convinieron en “fortalecer los vínculos comerciales y políticos entre ambas naciones” que actualmente, señalan, “son muy débiles”; y firmaron compromisos políticos que ofrecen liderazgo, cooperación y lucha por “afianzar un nuevo eje progresista, o antineoliberal, en América Latina”.   

Ese encuentro y lo realizado en imágenes y textos, son señales alentadoras, pues emanan de los mandatarios de dos grandes naciones de Nuestra América: la más al Norte, con frontera con Estados Unidos y la más austral disputando la soberanía insular con Gran Bretaña. Entre las dos existe un enjambre de tradiciones culturales, sentidos identitarios nacionales y lenguas: el resto de las 18 naciones del continente y las 14 insulares colindantes con las posesiones, aún coloniales, británicas, francesas y holandesas (sin olvidar las norteamericanas). Pero también, porque el encuentro Fernández - López Obrador promete volver a los tiempos de la cooperación y la solidaridad subregional; a los buenos momentos de impulso de organismos e instituciones destacables. México fue escenario de la primera revolución social de la humanidad, en el Siglo XX, y suscribió la primera constitución política en el mundo que delineaba un estado social de derecho avanzado para su época (1917), la que influyó en el resto de los países de América Latina. En Argentina tuvo lugar la primera revuelta estudiantil que llevó a la Reforma universitaria de Córdoba (1918) donde se diseñó un modelo de universidad latinoamericana que aún se exhibe como un aporte de Nuestra América al mundo.  

También, con Brasil, fueron las tres economías más desarrolladas de Nuestra América que hicieron posible liderar un Tratado de Libre Comercio, el de Montevideo de 1960, el que fue seguida por la ALADI 20 años después. Este tratado fue un basamento jurídico subregional que abrió espacio para otros organismos (con sentido económico comercial, político y cultural) entre sus partes: el Pacto y la Comunidad Andina, el Mercosur y el ALBA. En esa segunda mitad del Siglo XX recordamos que México no se alineó a las presiones del Norte para sumarse al cerco a la Cuba revolucionaria desde 1959 a la fecha; más bien dio asiento a las deliberaciones sobre armas nucleares que llevaron a la firma del Tratado de Tlatelolco que creó la zona de paz más importante de la región al pactarse, entre todos, la renuncia a la realización, fomento o autorización, directa o indirecta, del ensayo, uso, fabricación, producción, posesión o dominio de toda arma nuclear al sur del Río Grande y el Golfo de México, hasta el Paso Drake entre Argentina, Chile y la Antártida.  

Estas relaciones Sur Sur en Nuestra América emanan de retóricas y prácticas políticas y diplomáticas que vienen del Siglo XIX. El Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua, suscrito en el Congreso Anfictiónico de Panamá, en 1826, inspirado por Simón Bolívar, aunque no participaran todas las naciones latinoamericanas, es un patrimonio político y cultural que permea las historias particulares de estas 20 naciones y que han influido en las otras pequeñas repúblicas de reciente emancipación en El Caribe.  

La amistad, cooperación y fraternidad en Nuestra América, que llevan más de 200 años, serán el objeto de mis reflexiones en las próximas entregas. 

https://connuestraamerica.blogspot.com/2021/02/la-celac-no-ha-muerto-bolivar-sigue.html

La CELAC no ha muerto (IV y final)

En entregas anteriores, a raíz del encuentro de los presidentes de Argentina y México de febrero pasado y sus declaraciones, comentaba sobre la Comunidad de Estados de Nuestra América y el papel de México. Ahora tejo algunas reflexiones sobre los retos globales que convocan a trabajar unidos los estados y organismos de la región y sus encuentros diplomáticos. 

Por Jaime Delgado Rojas 

En el pasado se les llamó problemas globales: la guerra, las hambrunas y el medio ambiente. Ahora el escenario es mucho más complejo; se les denomina retos globales: al calentamiento global que desata huracanes, altas temperaturas y escasez de agua potable; el narcotráfico que conlleva inseguridad y crimen organizado; las migraciones que se suman a los otros retos y ponen en evidencia el débil y deteriorado estado social de derecho: en los países de origen, en los de tránsito y en los de destino. Pero también los problemas económicos y financieros y los órganos que pretenden solventarlos. Obviamente, tales retos globales se perciben a distinto nivel: lo local queda desarticulado y desmorona lo nacional; en la vecindad se esfuman las fronteras físicas y jurídicas y en el nivel regional se abortan soluciones parciales y de corto plazo, que solo sirven para ser exhibidas como efecto de demostración. No obstante, esos retos globales solo pueden ser atendidos conjunta y sistemáticamente, con “consensos globales” orientados hacia “la solidaridad, la inclusión social y el desarrollo sostenible”. Así lo manifestaron ambos presidentes.  

En su inicio el “eje bolivariano” creado en este Siglo XXI se ocupó de los retos globales presentes en la región, con su propuesta de comunidad de estados, respeto a la soberanía e independencia de cada parte y el compromiso de defensa mutua de esa soberanía nacional de cualquier agresión externa, no solo diplomática, y la paz. Era una actualización de lo formulado 200 años atrás en el Tratado de 1826 (arts. 1, 2, 3 y 28). Este eje posibilitó una red interconectada de estados, organismos subregionales y encuentros de amistad y cooperación. Había logrado sumar los esquemas de integración que habían surgido bajo la inspiración de Prebisch y la CEPAL, los que después del acta bautismal de la O.M.C. se fueron “multilateralizando”: la ALADI versión actualizada de la ALALC, el SICA, como heredero de la ODECA y el MERCOMUN, la CAM que renovó el Pacto Andino, el CARICOM, el MERCOSUR, el Grupo de los 3 y el ALBA. A su lado, los espacios de cooperación Sur-Sur más novedosos, por lo diverso de sus integrantes, como la Asociación de Estados Caribeños (AEC), la UNASUR y el Grupo de Río; este abrió sus puertas para reconvertirse en la CELAC. Por tanto, mientras exhibían su resistencia más denodada contra la pretensión norteamericana de impulsar un ALCA primero y luego de acuerdos bilaterales y de menor alcance con países y vecinos, que los estados se apuraron en negociar con la potencia del norte, inspirados en la experiencia mexicana. En fin, el piso de las negociaciones eran los acuerdos de la O.M.C. más los entendidos del llamado “Consenso de Washington”.  

La CELAC era una comunidad sui géneris; postulada como plataforma de encuentro para propiciar la paz, la cooperación y el hermanamiento regional; no abandonaba retóricas y preocupaciones sobre los retos de la seguridad, el calentamiento global y las migraciones.  Mientras tanto México, nuestra frontera boreal, estaba muy ligado al comercio con sus vecinos del Norte; aun cuando no abandonaba su membresía con la ALADI, el Grupo de Río, la AEC y en la CELAC. Quizá por esto, pero también por la existencia de la O.E.A. el foro hemisférico de vocación panamericanista, el eje bolivariano se fue debilitando, sobre todo, por la agresiva política de la administración Trump y la gestión de su agente de lujo, el diplomático impresentable, Secretario General de la O.E.A. Luis Almagro; el Partido de los Trabajadores es desplazado por los neoconservadores en el Brasil y lo mismo sucede en la Argentina de Macri, el Chile de Piñeira, seguidos por Uruguay y Ecuador, a lo que hay que sumar el golpe de estado en Bolivia, alentados por un desteñido “Grupo de Lima” que ha pretendido sitiar, por todos los frentes, a la Venezuela bolivariana.  

Pero el péndulo parece que abandona la derecha: López Obrador asume en la presidencia de la frontera norte, cambian los rumbos en Argentina y Bolivia y se agitan los movimientos sociales en Chile, Ecuador y Brasil. El encuentro entre López Obrador y Fernández se realiza en un México crítico pero empoderado, después de haber logrado negociar un capítulo inédito en el nuevo tratado de Libre Comercio de América del Norte (el T-MEC 2018). En un texto impensable 30 años atrás y menos, en el ambiente de neoconservadurismo fundamentalista de la administración Trump, se reivindica “su pleno respeto por la soberanía” mexicana. Declara que: “Estados Unidos y Canadá reconocen que: (a) México se reserva su derecho soberano de reformar su Constitución y su legislación interna; y (b) México tiene el dominio directo y la propiedad inalienable e imprescriptible de todos los hidrocarburos en el subsuelo del territorio nacional, incluida la plataforma continental y la zona económica exclusiva situada fuera del mar territorial y adyacente a éste, en mantos o yacimientos, cualquiera que sea su estado físico, de conformidad con la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.”  

Con este empoderamiento, el vecino latinoamericano del Norte, la frontera boreal de Nuestra América, anuncia que se suma al interés de afrontar, colectivamente con los vecinos del sur, nuestros retos globales: nuestra utopía no ha muerto. 

https://connuestraamerica.blogspot.com/2021/03/la-celac-no-ha-muerto-iv-y-final.html

El CELAC no ha muerto: Bolívar sigue entre nosotros (III)

En entregas anteriores comenté el encuentro entre los presidentes de Argentina y México y su importancia, además la dinámica de la integración en Nuestra América que culminó en la CELAC. Ahora quiero valorar el papel de México mirando hacia el Norte y hacia el Sur. 

Por Jaime Delgado Rojas 

Con más de 3000 kilómetros de frontera al Norte, México es para los latinoamericanos una oportunidad múltiple. Era a través de esos kilómetros que iba a construirse el muro de Donald Trump durante su mandato; ya se había iniciado y es el límite donde se asientan campamentos de migrantes que quieren alcanzar el sueño americano. Sus pasos y puentes, del Pacífico al Golfo de México, pero también todo México, de Tijuana a Chiapas, exhiben los ejemplos más notorios de los retos globales que no pueden ser enfrentados por ningún estado por sí solo. 

El cambio climático, expresado en catástrofes naturales, con huracanes, heladas o altas temperaturas; la contaminación del medio ambiente y la carencia de agua para uso y consumo humano. El narcotráfico, por la inmensa capacidad consumidora del Norte que promueve una atractiva economía clandestina al Sur del Río Bravo con formas inimaginables de transporte a lo largo de la frontera y al Sur, más allá de Guatemala; a lo que hay que sumar peligros a la seguridad, por el trabajo clandestino de narco comercio, el lavado de dinero y los ajusticiamientos. A ello se unen las necesidades de empleo promovidas por las migraciones que esperan pasar al otro lado y las demandas propias de los mexicanos en toda la nación, radicados en cordones de miseria por carencias alimentarias, de servicios de salud (acentuados con la pandemia) y de seguridad incrementados por la economía narco. Retos cuyo enfrentamiento no pueden ser resorte de un solo Estado, pues involucra a todas las naciones, sean o no proveedoras de migrantes o de drogas. Por ello, las posiciones de México hacia América Latina deben ser visto en el contexto de estos retos globales.  

Las relaciones México EUA han sido tensas; lo fueron durante la revolución mexicana, por acciones y no solo retóricas que rememoraban reclamos sobre las incursiones militares a su territorio desde el Siglo XIX y la negociación de una paz en 1848 con la que perdió casi la mitad de su territorio; igual con la indiferencia yanqui a las intervenciones militares europeas y a la imposición francesa del Emperador Maximiliano de Habsburgo, no obstante, su retórica de protección a la independencia de Nuestra América formulada en la Doctrina de Monroe de 1823. Esa base histórica antiimperialista estuvo presente en la revolución de 1910-17 e hizo que la misma siguiera su curso con un México comprometido hacia sus vecinos del Sur. Dio asilo, solidaridad, cooperación y tolerancia a exilados políticos nicaragüenses, cubanos, chilenos, argentinos, uruguayos, brasileños, purgados de sus países de origen por regímenes militares leales a la política norteamericana. Era otro tipo de migrante que junto a los españoles republicanos hicieron grande a México en el Siglo XX. 

Pero llegó el momento de cerrar las cuentas, cuando los miembros del GATT se apresuraron por concluir la larga Ronda Uruguay, iniciada en 1984. La presión de la política exterior norteamericana se acentuó sobre Nuestra América ahora enarbolando, la proclama del fin de la historia con políticas neoliberales suscritas en el “Consenso de Washington” y, una vez más, con plataformas panamericanistas.  En 1991 Estados Unidos había lanzado la Iniciativa de las Américas en la Administración Bush: una propuesta de zona de libre comercio continental que llegó a ser mejor definida con la propuesta del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) presentado por Bill Clinton en la Cumbre de las Américas en diciembre de 1994. Se coincidía con la euforia del capitalismo global que calificaba la caída del bloque de países del llamado “socialismo real” como el fin de la historia. Esta vez, al igual que en 1889, el Norte hace una oferta hacia el Sur; pero en un contexto mundial sumamente diferente.  

El ascenso al poder de Carlos Salinas de Gortari (1988) abrió un derrotero que recorrerá los cuatro gobiernos sexenales siguientes, en tres temas notorios: a) apertura comercial y libre comercio con la negociación y firma del Tratado de Libre Comercio con USA y Canadá que entró en vigencia en 1994, mismo año en que culminó la Ronda Uruguay del GATT que creara la O.M.C.; b) el consecuente respaldo a las políticas norteamericanas en la región y c) la redefinición de las relaciones político y culturales con el Vaticano que permitió romper su tradicional estado laico en un país sumamente católico y que lo alejó de su política de acogida a los expositores de la teología de la liberación, católicos y protestantes (que luchaban por un México mejor para todos), para abrir espacios culturales y políticos a los portadores de la teología de la prosperidad defensores del neoliberalismo, la resignación y la espera del paraíso celestial, muy similar al paraíso del conformismo en donde también nos tienen las redes sociales virtuales; otro reto global que no usa pasaporte ni respeta fronteras, que nos quita el libre albedrío pues, desde una “nube” tenebrosa, se nos ofrecen individualismo, apertura, libre comercio, comodidad, espiritualidad y una muerte digna.  

Consecuente con el aperturismo en México se promovió la reducción del estado y su debilitamiento con la venta de activos, los más rentables, a empresarios privados entre los que “se colaron” políticos corruptos y allegados al poder. Eso lo recomendaba el “Consenso de Washington”. 

Con diferencias entre naciones llegamos a los 200 años de la emancipación y con los retos globales, la región da señales de resistencia al confort y a la resignación del fin de la historia. Lo comento en la próxima entrega. 

https://connuestraamerica.blogspot.com/2021/03/el-celac-no-ha-muerto-bolivar-sigue.html 

La CELAC no ha muerto: Bolívar sigue entre nosotros (II) 

El que participaran, a partir del 2010, 33 países de Nuestra América en la conformación de la CELAC, motiva la búsqueda de sus raíces: algunas en las construcciones republicanas decimonónicas; otras en la descolonización colonial de la segunda posguerra. Empero, se observa la existencia de “normas habilitantes” en la mayoría de las constituciones políticas vigentes, con las que se legitiman compromisos de integración o unidad latinoamericana.

Por Jaime Delgado Rojas 

Las hay en ocho de las diez constituciones sudamericanas (excluyo a Guyana y Surinam) y en unas se hace uso del término “comunidad”. Son ejemplares Brasil que “…buscará la integración económica, política, social y cultural de los pueblos de América Latina, con vistas a la formación de una comunidad latinoamericana de naciones” (art. 4); Colombia donde su Estado: “… promoverá la integración económica, social y política con las demás naciones y especialmente, con los países de América Latina y del Caribe mediante la celebración de tratados que sobre bases de equidad, igualdad y reciprocidad, creen organismos supranacionales, inclusive para conformar una comunidad latinoamericana de naciones” (art. 227) y Perú “[c]onvencidos de la necesidad de impulsar la integración de los pueblos latinoamericanos y de afirmar su independencia contra todo imperialismo (Preámbulo, texto de 1979); no cito los textos emblemáticos del nuevo constitucionalismo latinoamericano expresado en las cartas magnas de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Las naciones centroamericanas, por su parte, son más entusiastas en añorar la Federación de inicios del Siglo XIX y la de Nicaragua, además, evoca los liderazgos inspiradores de Sandino y Bolívar.  

Sin embargo, lo más notorio es que no hay norma expresa que se les asemeje en la Constitución de México. Pero eso no ha sido obstáculo para la firma de sus compromisos y para su participación militante en encuentros, acuerdos y tratados regionales. La nación latinoamericana del Norte, prácticamente desde su momento constitutivo en la revolución de 1910-17 ha subrayado su política de puertas abiertas a los perseguidos y exiliados políticos de toda América Latina (y también de Europa): el exilio en México ha hecho grande esa gran nación y, a su vez, la ha hermanado y acercado, desde adentro al resto de Nuestra América: en su espacio se forjaron encuentros de diverso género: culturales, políticos, intelectuales e, incluso, insurreccionales. Ahí se gestaron luchas antiimperialistas cimeras. No parece necesario, entonces, por su práctica de Estado, que su cometido latinoamericanista se estampara en su carta constitucional, la de Querétaro de 1917. 

Los vecinos caribeños han estrechado lazos de solidaridad notables: Haití fue inspiración para Bolívar y para la proscripción de la esclavitud desde inicios del Siglo XIX y en Jamaica se firmó la famosa carta de 1815. No obstante, el subsistir como territorios coloniales, prácticamente desde el Siglo XVII y, en su mayoría, cargar con su pertenencia a la Mancomunidad británica los hace diferentes. Lo son, igual, Surinam, Aruba, Curazao y el Caribe Neerlandés, como los otros territorios de ultramar europeos, los franceses. Su hermandad fue construida durante el largo periodo colonial y su emergencia como independientes, en su mayoría, al amparo de la Commonwealth británica. Pero, su acercamiento con sus vecinos latinoamericanos se explica en su ubicación geopolítica compartida: forman parte del patio trasero norteamericano y sufren la agresión emanada del Norte, como lo fuera en la primera mitad del Siglo XX en Cuba, Puerto Rico, Nicaragua, Haití, México, Venezuela, Honduras. No más recién independizado, Granada sufrió, en 1983, la sanción militar norteamericana al mostrarse soberano ante los países vecinos y frente al imperio, cuando apenas estaban estrenando su declaratoria de Zona de Paz del Caribe (de 1979) y contaba con escasos 90.000 habitantes.  

Los acuerdos de integración caribeños, algunos con más audacia y profundidad que los de Centroamérica y la Comunidad Andina, los acerca a sus vecinos de mayor tamaño, Cuba, Haití y República Dominicana y, junto a Centroamérica y el Grupo de los Tres constituirán la Asociación de Estados del Caribe (AEC) en 1994. El Grupo de los Tres no puede dejarse de lado: era un acuerdo de cooperación y comercio de bienes y servicios entre tres socios de la ALADI México, Colombia y Venezuela firmado en 1994. Su antecedente fue la participación que tuvieron, al lado de Panamá, en el Grupo de Contadora en 1983 para potenciar una salida diplomática y no militar a los conflictos bélicos en Centroamérica.  A ese grupo se sumaron Argentina, Brasil, Uruguay y Perú en calidad de Grupo de Apoyo a Contadora, en 1985. Los 8 fueron un actor determinante en el proceso de paz centroamericano y en su cumbre de Río de Janeiro de 1986 se denominan “Mecanismo Permanente de Consulta y Concertación Política”, con el nombre de Grupo de Río. A partir de entonces gracias a su accionar político y diplomático regional orientado a la paz, la cooperación y el entendimiento mutuo llegará a incorporar 24 estados. Para la XXI cumbre de 23 de febrero del 2010, ahora con los miembros de la Asociación de Estados del Caribe y UNASUR, se constituirá en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), con 33 estados; quiero decir, con todos los estados del hemisferio menos Estados Unidos y Canadá. México tuvo, en todo momento, como actor interlatinoamericano, proactividad, dinamismo y liderazgo regional.  

Pero México, al estar en la frontera soberana del imperio, también ha jugado en calidad de Jano: una cara al Norte, la otra al Sur. Esta extraña cualidad será objeto de nuestra próxima entrega. 

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